Mientras Alemania sigue purgando su pasado genocida con un monumento tan dudoso estéticamente como moralmente interesante, nuestro Mariano Rajoy regresa a las cavernas del PP y, saltándose pactos antiterroristas varios y cualquier asomo de decencia política, lanza un envite de sangre y vísceras en la mano por recuperar el liderazgo de su partido y, si cae, la presidencia del gobierno. José Luis Rodríguez Zapatero "ha traicionado a los muertos de ETA", señala. Aunque deleznable no es mala táctica la demagogia a vueltas con el terrorismo, que se lo pregunten si no a José María Aznar. Rajoy no presenta en su currículo el plus de haber sobrevivido a un atentado, pero es sabido que la porquería bien esparcida siembra dudas y obnubila percepciones. Claro que una cosa son los GAL y otra casi cuarenta años de despedazamiento y tiros en la nuca. Parece que el amigo no ha aprendido del 11-M, ignora aún que con los muertos no se juega. Y ahí lo tenemos, mentando a las víctimas con fines eminentemente partidistas. Él, que nunca ha sido ni será verdugo, comienza a sembrar de losas el futuro de su conciencia.
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