La información es poder (el cuarto, si no me fallan las cuentas).
La información genera corrientes de opinión, ha hecho que cayeran presidentes.
La información es un arma, pero, a diferencia de la Justicia, no es ciega.
La información, eso sí, es un valor relativo. Y diversos son, por tanto, los resultados a que conduce su mercadeo. En Galicia le han puesto un precio muy concreto y redondo (dos millones de euros ha pagado la Xunta para que se informara sobre su gestión), pero la misma noticia que pone en pie de guerra a la mitad del mundo islámico pasa de puntillas sobre la conciencia de la sociedad norteamericana (claro que, si las pirámides de cuerpos desnudos no causaron gran impresión, qué esperábamos respecto al vapuleo de un libro religioso que ni siquiera habla del verdadero Dios).
Alfredo Urdaci, uno de los profesionales que mejor han comprendido la sumisión de la información respecto a intereses de mayor enjundia, inventó en las páginas de su libro Días de ruido y furia unas declaraciones de Fernando Delgado. Ahora, requerimiento judicial de por medio, su editorial se ha visto obligada a retirar la obra y a lanzar una nueva edición corregida. Estoy por correr a la librería para hacerme con un ejemplar y seguir jugando a las siete (nueve, veintiséis) diferencias. Pero sobre todo temo que el error de Urdaci haya sido mentir sin un objetivo político concreto, por el mero deseo de secundar a sus amos en la pataleta post 14-M. Urdaci esperaba que le rascaran detrás de la oreja y se ha quedado compuesto y sin hueso por ser demasiado tonto incluso para mentir a bulto (esto es, por ignorar que una buena demagogia vale más que mil entrecomillados –los entrecomillados, por comprobables, son traidores: primero de carrera, Alfredo).
Mientras tanto, Josep Lluis Carod Rovira abandona el homenaje a Yitzak Rabin de su tour israelí por no encontrar una bandera catalana que llevarse a la mirada en los momentos de mayor emoción. Ignora, quizá, que ante la ausencia del símbolo de tela cobraba mayor importancia el símbolo de carne y hueso, y que no era él quien debía erigirse en protagonista del evento. Pero, falto una vez más de conciencia política, prefirió hacerse el ofendido a representar a aquella sociedad e instituciones que tanto dice amar.
A veces la derrota no es tanto un estado pasajero como una condición. Por ello, ni el vencedor ni el vencido ocasionales están a salvo de su influjo.
Tal es la situación en que se halla ahora mismo el PP. Y tal es la etiqueta que acompañará a ERC de por vida a menos que logre conjugar sus excelentes resultados electorales con una nueva gestión del catalanismo que obvie los victimismos del pasado y sepa mirar al futuro con el gesto confiado y bonachón de un Laporta.
La información genera corrientes de opinión, ha hecho que cayeran presidentes.
La información es un arma, pero, a diferencia de la Justicia, no es ciega.
La información, eso sí, es un valor relativo. Y diversos son, por tanto, los resultados a que conduce su mercadeo. En Galicia le han puesto un precio muy concreto y redondo (dos millones de euros ha pagado la Xunta para que se informara sobre su gestión), pero la misma noticia que pone en pie de guerra a la mitad del mundo islámico pasa de puntillas sobre la conciencia de la sociedad norteamericana (claro que, si las pirámides de cuerpos desnudos no causaron gran impresión, qué esperábamos respecto al vapuleo de un libro religioso que ni siquiera habla del verdadero Dios).
Alfredo Urdaci, uno de los profesionales que mejor han comprendido la sumisión de la información respecto a intereses de mayor enjundia, inventó en las páginas de su libro Días de ruido y furia unas declaraciones de Fernando Delgado. Ahora, requerimiento judicial de por medio, su editorial se ha visto obligada a retirar la obra y a lanzar una nueva edición corregida. Estoy por correr a la librería para hacerme con un ejemplar y seguir jugando a las siete (nueve, veintiséis) diferencias. Pero sobre todo temo que el error de Urdaci haya sido mentir sin un objetivo político concreto, por el mero deseo de secundar a sus amos en la pataleta post 14-M. Urdaci esperaba que le rascaran detrás de la oreja y se ha quedado compuesto y sin hueso por ser demasiado tonto incluso para mentir a bulto (esto es, por ignorar que una buena demagogia vale más que mil entrecomillados –los entrecomillados, por comprobables, son traidores: primero de carrera, Alfredo).
Mientras tanto, Josep Lluis Carod Rovira abandona el homenaje a Yitzak Rabin de su tour israelí por no encontrar una bandera catalana que llevarse a la mirada en los momentos de mayor emoción. Ignora, quizá, que ante la ausencia del símbolo de tela cobraba mayor importancia el símbolo de carne y hueso, y que no era él quien debía erigirse en protagonista del evento. Pero, falto una vez más de conciencia política, prefirió hacerse el ofendido a representar a aquella sociedad e instituciones que tanto dice amar.
A veces la derrota no es tanto un estado pasajero como una condición. Por ello, ni el vencedor ni el vencido ocasionales están a salvo de su influjo.
Tal es la situación en que se halla ahora mismo el PP. Y tal es la etiqueta que acompañará a ERC de por vida a menos que logre conjugar sus excelentes resultados electorales con una nueva gestión del catalanismo que obvie los victimismos del pasado y sepa mirar al futuro con el gesto confiado y bonachón de un Laporta.
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