Moda y terrorismo
Ante el agotamiento de la fórmula, dispersión –o, cuando menos, variedad. Narra Glamourama (1998) las andanzas de Victor, top model que se ve envuelto en una conspiración terrorista ideada por un grupo de ex-compañeros de profesión. Así, la frivolidad y el humor planean sobre la primera parte de la obra, mientras que la segunda se torna oscura, regresa al gore gracias a, por ejemplo, la descripción de los restos, humanos y materiales, de un 747 que ha estallado en pleno vuelo. Y, guste o no, Ellis vuelve a mostrarse coherente.
Si bien el mundo de la moda podría antojarse un remedo del Wall Street de American Psycho, lo cierto es que tolera en su absurdidad un argumento que aplicado a otros ámbitos hubiera resultado descabellado. Innumerables apariciones de personajes famosos pueblan unas páginas que, a la postre, podrían no ser más que un delirio del protagonista, incluso la trama de una película en pleno rodaje -esto es, un delirio del autor. En cuanto a la conexión fashion-terrorismo, Ellis lo tiene claro: "ambos se alimentan de nuestras inseguridades". De fondo, sendas citas de Krishna y Hitler para potenciar la idea de dualidad. ¿Ha sido este un trayecto hacia lo kitsch? ¿Dedicará Kate Moss sus ratos libres a plantar bombas en centros comerciales? ¿Es el culto al cuerpo el verdadero mal que atenaza a nuestra sociedad? Tales preguntas no requieren, por ahora, respuesta.
Bret Easton Ellis dirigió su mirada al abismo y a la vez quiso huir de él, definió así un estilo que desde España a Japón -sin olvidar a los caníbales italianos-, ha sido reivindicado por numerosos autores con la entrañable convicción que otorga la juventud. Ahora el maestro parece dispuesto a abrazar nuevos campos, a experimentar. Y, como tantos otros novelistas que sentaron su punto de vista con increíble precocidad, el mayor peligro que le acecha es el de aburrir. A fin de cuentas, esa sí sería una emoción acorde a sus alargadas y abúlicas facciones.
Ante el agotamiento de la fórmula, dispersión –o, cuando menos, variedad. Narra Glamourama (1998) las andanzas de Victor, top model que se ve envuelto en una conspiración terrorista ideada por un grupo de ex-compañeros de profesión. Así, la frivolidad y el humor planean sobre la primera parte de la obra, mientras que la segunda se torna oscura, regresa al gore gracias a, por ejemplo, la descripción de los restos, humanos y materiales, de un 747 que ha estallado en pleno vuelo. Y, guste o no, Ellis vuelve a mostrarse coherente.
Si bien el mundo de la moda podría antojarse un remedo del Wall Street de American Psycho, lo cierto es que tolera en su absurdidad un argumento que aplicado a otros ámbitos hubiera resultado descabellado. Innumerables apariciones de personajes famosos pueblan unas páginas que, a la postre, podrían no ser más que un delirio del protagonista, incluso la trama de una película en pleno rodaje -esto es, un delirio del autor. En cuanto a la conexión fashion-terrorismo, Ellis lo tiene claro: "ambos se alimentan de nuestras inseguridades". De fondo, sendas citas de Krishna y Hitler para potenciar la idea de dualidad. ¿Ha sido este un trayecto hacia lo kitsch? ¿Dedicará Kate Moss sus ratos libres a plantar bombas en centros comerciales? ¿Es el culto al cuerpo el verdadero mal que atenaza a nuestra sociedad? Tales preguntas no requieren, por ahora, respuesta.
Bret Easton Ellis dirigió su mirada al abismo y a la vez quiso huir de él, definió así un estilo que desde España a Japón -sin olvidar a los caníbales italianos-, ha sido reivindicado por numerosos autores con la entrañable convicción que otorga la juventud. Ahora el maestro parece dispuesto a abrazar nuevos campos, a experimentar. Y, como tantos otros novelistas que sentaron su punto de vista con increíble precocidad, el mayor peligro que le acecha es el de aburrir. A fin de cuentas, esa sí sería una emoción acorde a sus alargadas y abúlicas facciones.
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