Aunque existe la posibilidad de que el régimen iraní se haya conducido con ayatolaica discreción, intuyo que algo huele a podrido en el hecho de que nos hayamos enterado a horca pasada de la ejecución de dos hombres en la ciudad de Gogan, chavales de 24 y 25 años penados por el muy islámico delito de homosexualidad (pág. 28 de la edición de ayer de El País). Sea como fuere, tampoco logro imaginarme a la comunidad internacional elevando su voz contra tan brutal aplicación de la sharia, que una cosa son las adúlteras nigerianas y otra muy distinta los sodomitas persas.
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