Jimmy Chamberlain, el hombre cuya afición a las sustancias estupefacientes dio al traste con la formación clásica de las calabazas, es la coartada de que se ha servido Billy Corgan a la hora de resucitar a Smashing Pumpkins. Señal de que el amigo tenía algo que decir, y de que en consecuencia quería ser escuchado por el mayor número de gente posible (más de los que probarían fortuna con unos nuevos Zwan o volverían a caer en la trampa de un disco en solitario, por poner dos ejemplos). Problemas: que el mensaje (los Estados Unidos son un burdel humano, político y social) llega un pelín tarde, y que llega presentado con urgencia, sí, pero sin grandes maneras o ideas. Chamberlain aporrea la batería, Corgan teje apabullantes bases guitarreras y, de tanto en tanto, alguna pieza logra hacerse entretenida (7 Shades of Black, Tarantula) pero difícilmente memorable. Tal es el verdadero signo de los tiempos de quien otrora ejerció de (calvo) sumo sacerdote del rock alternativo.
(Esta reseña ha aparecido en el número de septiembre de Go Mag)
(Esta reseña ha aparecido en el número de septiembre de Go Mag)
No hay comentarios:
Publicar un comentario