Es lo que tiene invitar a Iggy Pop a una fiesta: por más que sus maneras sean las mismas de siempre, o quizá precisamente por eso, luego no hay quien le haga sombra ni se quite su nombre de la boca durante las 48 horas siguientes… Total, que llegaba el amigo acompañado de los también algo legendarios Stooges, pero como si se presenta en Benicàssim solo o con formación de castañuelas y pandereta: su carisma jurásico transforma el lugar en terrario, al público en devoto personal de zoológico, de modo tal que la comunión entre el uno y los otros se torna inevitable. Casi tanto como el numerito de permitir el acceso de espontáneos al escenario (cinco minutos largos costó desalojarlos). O como dejar que I Wanna Be Your Dog suene dos veces (acordes y estribillo eternos los suyos: ¡si el respetable siguió queriéndose perruno hasta bien entrado el set de Brazilian Girls!). Son casi cuarenta años haciendo lo mismo y haciéndolo con la misma exhibición de fuerza, oigan. Respetito.
Nueve álbums cargaba ya Iggy sobre su escoliosis cuando Conor Oberst vino al mundo. Información poco más que anecdótica, pues el de los ojos brillantes juega en una liga completamente diferente. Por joven prodigio, por gran esperanza blanca del folk rock norteamericano, por solista en definitiva, se intuía un concierto a la Barça 2007: plagado de individualidades. No fue así. Conor y compañía se disfrazaron de señora banda, instrumentos de viento y cuerda incluidos, para dar la primera campanada del festival. Enfundados en fracs y trajes de noche de blanco riguroso, Bright Eyes presentaron con tal entusiasmo los materiales de su reciente Cassadaga [desde las psicofonías que abren Clairaudients (Kill or Be Killed) hasta un Hot Knives de coros memorables] que muchos sacaron la cartera para guardarse su tarjeta de visita. Ya podemos dejar de celebrar el futuro de los de Nebraska, que presente les sobra y tampoco es que anden precisamente escasos de pasado.
(Esta reseña ha aparecido en el número de septiembre de Go Mag)
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