Pintaba como la final menos glamourosa de la historia. Y es muy posible que lo haya sido. A cambio, frente al 4-0 que Detroit le endosó hace un año escaso a los todopoderosos Lakers, Pistons y Spurs agotaron los siete partidos, un combate hermoso durante el cual ambos besaron la lona en repetidas ocasiones. La besaron para levantarse y, acto seguido, con la rabia que nace del orgullo machacado, endosarle a su rival un buen directo a la mandíbula. En la noche más corta del año, San Antonio prevaleció. Demasiada tentación, sin duda.
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