"Perro callejero" de Martin Amis (Anagrama)
Perro callejero es como la cebolla. Cruda y a bocados se torna una experiencia ciertamente indigesta; capa a capa, no obstante, caso de contar con las debidas armas culinarias, constituye el perfecto aderezo para ese sabroso guiso que es la carrera de Martin Amis. Porque Perro callejero es, en realidad, poco más y nada menos que Amis, cuanto Amis ha sido (literariamente) y es (íntimamente) a día de hoy. Perro callejero rebosa estilo, enarbola todos los tics y manierismos, pero no deja de representar un vómito existencial. El yo, omnipresente desde El libro de Rachel, sigue ahí, solo que ahora algo más atormentado. El interés por los sistemas morales alternativos (Niños muertos) se torna preocupación ante la falta de control que implica el desconocimiento de los más novedosos sistemas morales alternativos. La fabulación satírica sobre la propia experiencia norteamericana (Dinero) vuelve ficción lo que hace escasos meses era documento pseudo-periodístico (Pornoland). El flirteo con la novela de género (Tren nocturno) permite saldar cuentas con la caterva de escritores modernillos que retratan una y otra vez la Inglaterra de aquí y ahora. La pérdida familiar (Experiencia) hace que el autor sea terriblemente consciente de sus responsabilidades, pero también de su fragilidad. Lo cual conduce al conservadurismo, lo cual conduce a la esquizofrenia de imaginarse a uno mismo verdugo de los suyos caso de no saber protegerlos debidamente (Koba el temible). Martin Amis erigió su éxito profesional en torno al tema del fracaso, pero durante la última década se viene descubriendo protagonista en términos vitales de ese fiasco: el divorcio, la muerte del padre y de la hermana, el miedo ante el destino que espera a sus descendientes… Sobre su protagonista, convaleciente de una conmoción cerebral, escribe: “Su estado lo hacía sentirse como en el siglo XXI: una etapa de la que uno quiere despertar… dejarla atrás y espabilar de una vez. Ahora estaba viviendo un sueño dentro de un sueño. Y los dos eran pesadillas”. Y la pesadilla absoluta, atávica a la par que moderna, cómica pero incómoda, turbadora pero fascinante, es este cebollazo parido desde el hígado, irregular pero brillantísimo, que lleva por título Perro callejero.
Perro callejero es como la cebolla. Cruda y a bocados se torna una experiencia ciertamente indigesta; capa a capa, no obstante, caso de contar con las debidas armas culinarias, constituye el perfecto aderezo para ese sabroso guiso que es la carrera de Martin Amis. Porque Perro callejero es, en realidad, poco más y nada menos que Amis, cuanto Amis ha sido (literariamente) y es (íntimamente) a día de hoy. Perro callejero rebosa estilo, enarbola todos los tics y manierismos, pero no deja de representar un vómito existencial. El yo, omnipresente desde El libro de Rachel, sigue ahí, solo que ahora algo más atormentado. El interés por los sistemas morales alternativos (Niños muertos) se torna preocupación ante la falta de control que implica el desconocimiento de los más novedosos sistemas morales alternativos. La fabulación satírica sobre la propia experiencia norteamericana (Dinero) vuelve ficción lo que hace escasos meses era documento pseudo-periodístico (Pornoland). El flirteo con la novela de género (Tren nocturno) permite saldar cuentas con la caterva de escritores modernillos que retratan una y otra vez la Inglaterra de aquí y ahora. La pérdida familiar (Experiencia) hace que el autor sea terriblemente consciente de sus responsabilidades, pero también de su fragilidad. Lo cual conduce al conservadurismo, lo cual conduce a la esquizofrenia de imaginarse a uno mismo verdugo de los suyos caso de no saber protegerlos debidamente (Koba el temible). Martin Amis erigió su éxito profesional en torno al tema del fracaso, pero durante la última década se viene descubriendo protagonista en términos vitales de ese fiasco: el divorcio, la muerte del padre y de la hermana, el miedo ante el destino que espera a sus descendientes… Sobre su protagonista, convaleciente de una conmoción cerebral, escribe: “Su estado lo hacía sentirse como en el siglo XXI: una etapa de la que uno quiere despertar… dejarla atrás y espabilar de una vez. Ahora estaba viviendo un sueño dentro de un sueño. Y los dos eran pesadillas”. Y la pesadilla absoluta, atávica a la par que moderna, cómica pero incómoda, turbadora pero fascinante, es este cebollazo parido desde el hígado, irregular pero brillantísimo, que lleva por título Perro callejero.
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