"FANTASMAS" de Chuck Palahniuk (Mondadori)
“Mi editor opina que he ido demasiado lejos, pero a mi juicio ese es el único lugar al que vale la pena ir”. Así presentó Chuck Palahniuk su libro Fantasmas durante la tercera (y última hasta la fecha) entrevista que el abajo firmante ha mantenido con él. Fue hará algo más de un año, a vueltas con la publicación de su colección de artículos periodísticos Error humano, cuando el relato Tripas había visto ya la luz (en las páginas del Playboy norteamericano) y cada una de las lecturas públicas que el escritor realizaba de aquel anticipo se saldaba con un mínimo de dos lipotimias entre los oyentes.
Demasiado lejos…
De algún modo, todos intuíamos que tal es la ubicación del único lugar donde Palahniuk logra sentirse como en casa. El problema reside en que el tránsito hacia “demasiado lejos” se asienta a menudo sobre un camino sin posibilidad de retorno. Por más que Fantasmas signifique la obra cumbre del autor de El Club de la Lucha, estilística y temáticamente hablando, este peculiar non plus ultra trastabilla a menudo en cuanto excesivo, exagerado, extremo…
O, por decirlo de otro modo, en cuanto caricaturesco, monótono, tontorrón...
Sudor, sangre y testosterona
Dos son las claves sobre las que se ha sustentado el culto al Chuck Palahniuk literario. Aquí, la contundencia de un estilo quirúrgico en su sencillez pero hipnótico gracias a la reiteración espiral de algunos de sus elementos. Algo más allá, lo vitalista de un imaginario que partía del sudor, la sangre y el semen para desembocar en una agresiva crítica a la sociedad occidental que no es contemporánea. Y sin duda debemos considerar encomiable que, tras esbozar el deseo de erigirse en “el Stephen King del siglo XXI”, cuando tal objetivo comenzaba a revelarse encasillado y redundante (cojan Diario y Nana y prueben a jugar a las siete diferencias), el escritor de Washington haya emprendido la huida hacia delante que certifica Fantasmas. Lastimosamente, la respuesta quizá se hallara más bien a sus espaldas.
Porque el de Fantasmas es un narrador cada vez más maduro, magistral en el desempeño de los tempos y tensiones que caracterizan el gran relato clásico, duele sobremanera que el escenario que sirve de marco a la obra, esa posada de Canterbury transmutada en lóbrego teatro abandonado, dé pie a tamaños tropiezos de truculencia adolescente, fases de mutilación desatada y canibalismo morboso que, aunque camufladas de metáfora sobre nuestra incapacidad para trascender el dolor, acaban revelándose vacuas, primas hermanas de las que en su día dieran fama a ese supuesto “maestro del gore” que fue Richard Laymon.
Acierta Palahniuk en la elección del menú, al señalar las pesadillas que pueblan nuestro siglo XXI. Las hay tradicionales (la enfermedad, los peligros de la vida salvaje), presentadas con ecos de Poe y de Bierce y de otros grandes del desasosiego en la distancia corta. Y las hay de nuevo cuño (la pederastia, el lado oscuro de la cultura New Age), de modo tal que una vez más debe reconocérsele al autor su carácter pionero en la traslación literaria de la leyenda urbana más inmediata. Y, aún así, la nómina de virtudes sigue viéndose empañada una y otra vez.
En su género no había quien le hiciera sombra, pero Palahniuk no puede dejar de correr, de escapar de su propio y particular Tyler Durden.
Ir a perderlo y perderse.
Demasiado lejos, sin duda.
Demasiado lejos…
De algún modo, todos intuíamos que tal es la ubicación del único lugar donde Palahniuk logra sentirse como en casa. El problema reside en que el tránsito hacia “demasiado lejos” se asienta a menudo sobre un camino sin posibilidad de retorno. Por más que Fantasmas signifique la obra cumbre del autor de El Club de la Lucha, estilística y temáticamente hablando, este peculiar non plus ultra trastabilla a menudo en cuanto excesivo, exagerado, extremo…
O, por decirlo de otro modo, en cuanto caricaturesco, monótono, tontorrón...
Sudor, sangre y testosterona
Dos son las claves sobre las que se ha sustentado el culto al Chuck Palahniuk literario. Aquí, la contundencia de un estilo quirúrgico en su sencillez pero hipnótico gracias a la reiteración espiral de algunos de sus elementos. Algo más allá, lo vitalista de un imaginario que partía del sudor, la sangre y el semen para desembocar en una agresiva crítica a la sociedad occidental que no es contemporánea. Y sin duda debemos considerar encomiable que, tras esbozar el deseo de erigirse en “el Stephen King del siglo XXI”, cuando tal objetivo comenzaba a revelarse encasillado y redundante (cojan Diario y Nana y prueben a jugar a las siete diferencias), el escritor de Washington haya emprendido la huida hacia delante que certifica Fantasmas. Lastimosamente, la respuesta quizá se hallara más bien a sus espaldas.
Porque el de Fantasmas es un narrador cada vez más maduro, magistral en el desempeño de los tempos y tensiones que caracterizan el gran relato clásico, duele sobremanera que el escenario que sirve de marco a la obra, esa posada de Canterbury transmutada en lóbrego teatro abandonado, dé pie a tamaños tropiezos de truculencia adolescente, fases de mutilación desatada y canibalismo morboso que, aunque camufladas de metáfora sobre nuestra incapacidad para trascender el dolor, acaban revelándose vacuas, primas hermanas de las que en su día dieran fama a ese supuesto “maestro del gore” que fue Richard Laymon.
Acierta Palahniuk en la elección del menú, al señalar las pesadillas que pueblan nuestro siglo XXI. Las hay tradicionales (la enfermedad, los peligros de la vida salvaje), presentadas con ecos de Poe y de Bierce y de otros grandes del desasosiego en la distancia corta. Y las hay de nuevo cuño (la pederastia, el lado oscuro de la cultura New Age), de modo tal que una vez más debe reconocérsele al autor su carácter pionero en la traslación literaria de la leyenda urbana más inmediata. Y, aún así, la nómina de virtudes sigue viéndose empañada una y otra vez.
En su género no había quien le hiciera sombra, pero Palahniuk no puede dejar de correr, de escapar de su propio y particular Tyler Durden.
Ir a perderlo y perderse.
Demasiado lejos, sin duda.
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