Para desplomarse como es debido, levantando olas de polvo mientras el suelo tiembla aterrado a su alrededor, el personaje trágico debe antes haber conocido las más heroicas glorias: no hay mejor elegía que la que sucede al canto épico. Hace dos domingos, cuando saltó a la hierba berlinesa para competir por la Copa del Mundo, el amigo Zizou había cosechado ya todo cuanto un futbolista puede desear: ligas de diferentes países, Champions, Eurocopa, Mundial… En el Olimpo debieron de considerar que semejante currículo bien merecía un desastre de altura. Más cuando el marsellés ejecutó un penalti según el uso de Panenka: el balón, excesivamente bombeado, golpeó la parte baja del travesaño y trazó una vertical de insoportable suspense hasta botar, dos o tres horas después, más allá de la línea. Gol, desde luego, pero la suerte había sido tentada en exceso.
Zidane pudo, aún así, escoger las circunstancias exactas de su derrota. Al poco de comenzar la prórroga, una mala caída lo dejó con un brazo casi imposibilitado. Pareció pedir el cambio. Pero unos instantes después regresó al campo, renqueante, con la expresión reconcentrada de quienes se sienten llamados a algo. Zidane renunció a la coartada que le ofrecía el Destino, se negó a acabar su carrera sustituido, ejerciendo de espectador lastimado antes que de protagonista aguerrido…
(Hoy sabemos que no podría haber sucedido de otro modo: Zidane estaba condenado. Caso de no haberse cruzado con las malas palabras de Materazzi, a lo que se ve carnicero con la lengua lo mismo que con el resto del cuerpo, al 10 galo le habría correspondido el papel que su ausencia recondujo sobre el pobre Trezeguet: un nuevo penalti, si bien aún más decisivo, que el travesaño escupiría siempre del lado equivocado.)
Zidane regresó al campo, sí, para oírselas con un minotauro de zamarra azul y ojos enloquecidos. Materazzi se mostró despectivo como sólo al sur de los Alpes saben serlo: cara de nada y hedor a bilis. Y Zidane, como todos los grandes héroes, como todos los grandes trágicos, cayó en la tentación de ser víctima de sí mismo.
Rezan los códigos balompédicos que cuanto sucede en el campo en el campo debe permanecer. Frente al insulto sólo cabía una doble opción: la respuesta inmediata o el silencio eterno. Zidane escogió la primera posibilidad. Y la escenificó con un movimiento mucho más noble, mucho menos violento de lo que tantos han querido ver. Con su cabezazo, Zidane delimitó un territorio moral; estableció una barrera infranqueable entre los (ab)usos más deleznables del fútbol y sus propios sentimientos. Materazzi se revolvió antes por italiano que por físicamente herido. Materazzi se acabó llevando la Copa. Pero, una vez la alegría italiana se haya evaporado, cuando este Mundial sea apenas pasto de las hemerotecas, la leyenda del balón seguirá del lado de sus héroes, sin importar las circunstancias de su caída. Esto es, testarazo incluido.
Y, además…
“(…) Y el me respondió con palabras muy duras, y las repitió muchas veces. Se reacciona muy rápido… son palabras que me tocan en lo más profundo. No puedo decirlas. Son cosas personales.” - Zinedine Zidane en Canal+ Francia.
“Puede que muchos vieran un intolerable cabezazo en el plexo solar de un jugador a otro. Lo que yo vi es al señor Zinedine Zidane, nacido en Marsella, hijo de la inmigración africana como casi todo su equipo, reaccionar contra lo insoportable. (…) La ofensa duele, y los ofensores no suelen recibir castigos. Esta vez sí. Quizá sea hora de limpiar el fútbol de racistas…” - Maruja Torres, El País 13/07/2006.
“¿En un mundo lleno de materazzis, vamos a exigir a un simple jugador de fútbol la ejemplaridad que no hay por ningún lado de nuestra vida política? ¿No basta y sobra con la tarjeta roja de su último partido?” - Lluís Bassets, El País 13/07/2006.
“¿Qué hubiéramos hecho en similares circunstancias y con ecualizadas contexturas? ¿Nos hubiéramos abstenido de responder a la provocación? ¿Por cálculo, solidaridad, prudencia o cobardía? ¿O, por delicadeza, hubiéramos embestido a la altura del pecho en lugar de haberle roto las narices con la testuz? Eso hizo él. Y a mí, mal que me pese y con perdón, la respuesta de Zidane, a tenor de la agresión verbal sufrida, me parece casi elegante y, si de Materazzi se trata, hasta elegante. ¿O acaso el precio de la gloria en un evento deportivo pasa porque alguien acate sumiso el insulto a su familia y a sus orígenes?” - Martín Girard, El País 13/07/2006.
Zidane pudo, aún así, escoger las circunstancias exactas de su derrota. Al poco de comenzar la prórroga, una mala caída lo dejó con un brazo casi imposibilitado. Pareció pedir el cambio. Pero unos instantes después regresó al campo, renqueante, con la expresión reconcentrada de quienes se sienten llamados a algo. Zidane renunció a la coartada que le ofrecía el Destino, se negó a acabar su carrera sustituido, ejerciendo de espectador lastimado antes que de protagonista aguerrido…
(Hoy sabemos que no podría haber sucedido de otro modo: Zidane estaba condenado. Caso de no haberse cruzado con las malas palabras de Materazzi, a lo que se ve carnicero con la lengua lo mismo que con el resto del cuerpo, al 10 galo le habría correspondido el papel que su ausencia recondujo sobre el pobre Trezeguet: un nuevo penalti, si bien aún más decisivo, que el travesaño escupiría siempre del lado equivocado.)
Zidane regresó al campo, sí, para oírselas con un minotauro de zamarra azul y ojos enloquecidos. Materazzi se mostró despectivo como sólo al sur de los Alpes saben serlo: cara de nada y hedor a bilis. Y Zidane, como todos los grandes héroes, como todos los grandes trágicos, cayó en la tentación de ser víctima de sí mismo.
Rezan los códigos balompédicos que cuanto sucede en el campo en el campo debe permanecer. Frente al insulto sólo cabía una doble opción: la respuesta inmediata o el silencio eterno. Zidane escogió la primera posibilidad. Y la escenificó con un movimiento mucho más noble, mucho menos violento de lo que tantos han querido ver. Con su cabezazo, Zidane delimitó un territorio moral; estableció una barrera infranqueable entre los (ab)usos más deleznables del fútbol y sus propios sentimientos. Materazzi se revolvió antes por italiano que por físicamente herido. Materazzi se acabó llevando la Copa. Pero, una vez la alegría italiana se haya evaporado, cuando este Mundial sea apenas pasto de las hemerotecas, la leyenda del balón seguirá del lado de sus héroes, sin importar las circunstancias de su caída. Esto es, testarazo incluido.
Y, además…
“(…) Y el me respondió con palabras muy duras, y las repitió muchas veces. Se reacciona muy rápido… son palabras que me tocan en lo más profundo. No puedo decirlas. Son cosas personales.” - Zinedine Zidane en Canal+ Francia.
“Puede que muchos vieran un intolerable cabezazo en el plexo solar de un jugador a otro. Lo que yo vi es al señor Zinedine Zidane, nacido en Marsella, hijo de la inmigración africana como casi todo su equipo, reaccionar contra lo insoportable. (…) La ofensa duele, y los ofensores no suelen recibir castigos. Esta vez sí. Quizá sea hora de limpiar el fútbol de racistas…” - Maruja Torres, El País 13/07/2006.
“¿En un mundo lleno de materazzis, vamos a exigir a un simple jugador de fútbol la ejemplaridad que no hay por ningún lado de nuestra vida política? ¿No basta y sobra con la tarjeta roja de su último partido?” - Lluís Bassets, El País 13/07/2006.
“¿Qué hubiéramos hecho en similares circunstancias y con ecualizadas contexturas? ¿Nos hubiéramos abstenido de responder a la provocación? ¿Por cálculo, solidaridad, prudencia o cobardía? ¿O, por delicadeza, hubiéramos embestido a la altura del pecho en lugar de haberle roto las narices con la testuz? Eso hizo él. Y a mí, mal que me pese y con perdón, la respuesta de Zidane, a tenor de la agresión verbal sufrida, me parece casi elegante y, si de Materazzi se trata, hasta elegante. ¿O acaso el precio de la gloria en un evento deportivo pasa porque alguien acate sumiso el insulto a su familia y a sus orígenes?” - Martín Girard, El País 13/07/2006.
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