…y la vida no deja de sorprenderme.
¿Cómo os lo diría yo?
La noche del sábado no fue la más gloriosa de mi escueta pero a todas luces intensa trayectoria. La hinchazón de la nariz hizo que yo mismo me despertara una y otra vez a causa de la cualidad marsupial de mis ronquidos. Y, en cuanto logré acostumbrarme a ellos (tal y como uno se acaba haciendo a las cacofonías de una carpa de electrónica), fueron los insistentes codazos en las costillas que me propinaba mi Loretta los que me llevaron a abrir los ojos.
-Son las siete, Arthur Alexander –me informó.
Y aquello me provocó un escalofrío, porque Loretta sólo me llama por mis dos nombres cuando está a punto de extraviar definitivamente la paciencia. Aún así, intenté tentar la suerte…
-¿Y? –pregunté con notable disimulo.
Cinco minutos más tarde, me hallaba de camino al festival. Y es que mi Loretta, que estudiará todo el Arte que quiera pero para la cuestión de la venganza tiene un cerebro de lo más matemático, había dedicado la madrugada a elaborar la siguiente ecuación:
(Arty ha provocado una pelea que no sólo podría haber puesto mi integridad de estudiante del King’s Cross College en peligro, sino que me ha impedido ver el concierto de Franz Ferdinand) + (Necesito estar cerca de Dave Gahan para poder lanzar mis sostenes de Marks & Spencer sobre su pecho desnudo con una alta probabilidad de acierto) elevado todo ello a (Mañana nos vamos a pasar dos semanas a Torrevieja y a Arty no le conviene que papá esté molesto con él) = (Arty se va a primerísima hora a hacer la cola del Escenario Verde).
O, por decirlo en otras palabras, Loretta acababa de instaurar unilateralmente el Día Mundial del Esclavismo Musical.
Total, que son las 7:05 y yo estoy atravesando las calles de Benicàssim. La mitad del mundo duerme y la otra mitad no ha vuelto aún de fiesta, así que me siento el eslabón perdido entre la decencia dominical y la más absoluta ignominia raver. Constato que voy a pasar todo el día al sol y que no se me ha ocurrido coger la gorra azul con la doble F bordada en gris. Me digo que voy a acabar más quemado que el periodista de NME que se tiró todo el concierto del tal Morrissey mirándole el trasero a mi Loretta. Cuando oteo ya la carretera nacional comienzo a maldecir el día en que se me ocurrió venir a este lugar, y ni siquiera la idea de ver a Madness en primera fila logra atenuar mi disgusto. Por primera vez en los últimos dos meses, siento deseos de llamar a mi madre. Hablé con ella anteayer, pero ya me entendéis…
Y entonces…
No sé, mirad la foto…
Me llamo Arty Fisher.
Vine a Benicàssim para ver al Archiduque. Padecí insolaciones e indigestiones (de cuyos efectos no quise dejar cuenta escrita, espero que lo comprendáis). Depeche Mode y The Strokes se ganaron mi antipatía eterna. Fui maltratado psicológicamente por mi novia, y agredido físicamente por un fan de The Cooks…
Y aún así cumplí mi objetivo, vaya si lo cumplí…
La foto es el qué. El cuándo y el dónde son evidentes. Pero el cómo merecería otra columna, algo de lo que andamos ya escasos. Así que quizá el año que viene…
Mientras tanto, contempladme al lado de Alex K., contempladme bien. Y no dejéis de recordar mi nombre…
¿Cómo os lo diría yo?
La noche del sábado no fue la más gloriosa de mi escueta pero a todas luces intensa trayectoria. La hinchazón de la nariz hizo que yo mismo me despertara una y otra vez a causa de la cualidad marsupial de mis ronquidos. Y, en cuanto logré acostumbrarme a ellos (tal y como uno se acaba haciendo a las cacofonías de una carpa de electrónica), fueron los insistentes codazos en las costillas que me propinaba mi Loretta los que me llevaron a abrir los ojos.
-Son las siete, Arthur Alexander –me informó.
Y aquello me provocó un escalofrío, porque Loretta sólo me llama por mis dos nombres cuando está a punto de extraviar definitivamente la paciencia. Aún así, intenté tentar la suerte…
-¿Y? –pregunté con notable disimulo.
Cinco minutos más tarde, me hallaba de camino al festival. Y es que mi Loretta, que estudiará todo el Arte que quiera pero para la cuestión de la venganza tiene un cerebro de lo más matemático, había dedicado la madrugada a elaborar la siguiente ecuación:
(Arty ha provocado una pelea que no sólo podría haber puesto mi integridad de estudiante del King’s Cross College en peligro, sino que me ha impedido ver el concierto de Franz Ferdinand) + (Necesito estar cerca de Dave Gahan para poder lanzar mis sostenes de Marks & Spencer sobre su pecho desnudo con una alta probabilidad de acierto) elevado todo ello a (Mañana nos vamos a pasar dos semanas a Torrevieja y a Arty no le conviene que papá esté molesto con él) = (Arty se va a primerísima hora a hacer la cola del Escenario Verde).
O, por decirlo en otras palabras, Loretta acababa de instaurar unilateralmente el Día Mundial del Esclavismo Musical.
Total, que son las 7:05 y yo estoy atravesando las calles de Benicàssim. La mitad del mundo duerme y la otra mitad no ha vuelto aún de fiesta, así que me siento el eslabón perdido entre la decencia dominical y la más absoluta ignominia raver. Constato que voy a pasar todo el día al sol y que no se me ha ocurrido coger la gorra azul con la doble F bordada en gris. Me digo que voy a acabar más quemado que el periodista de NME que se tiró todo el concierto del tal Morrissey mirándole el trasero a mi Loretta. Cuando oteo ya la carretera nacional comienzo a maldecir el día en que se me ocurrió venir a este lugar, y ni siquiera la idea de ver a Madness en primera fila logra atenuar mi disgusto. Por primera vez en los últimos dos meses, siento deseos de llamar a mi madre. Hablé con ella anteayer, pero ya me entendéis…
Y entonces…
No sé, mirad la foto…
Me llamo Arty Fisher.
Vine a Benicàssim para ver al Archiduque. Padecí insolaciones e indigestiones (de cuyos efectos no quise dejar cuenta escrita, espero que lo comprendáis). Depeche Mode y The Strokes se ganaron mi antipatía eterna. Fui maltratado psicológicamente por mi novia, y agredido físicamente por un fan de The Cooks…
Y aún así cumplí mi objetivo, vaya si lo cumplí…
La foto es el qué. El cuándo y el dónde son evidentes. Pero el cómo merecería otra columna, algo de lo que andamos ya escasos. Así que quizá el año que viene…
Mientras tanto, contempladme al lado de Alex K., contempladme bien. Y no dejéis de recordar mi nombre…
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