domingo, mayo 15, 2005

Disquisición dominguero-celebratoria

Eran tiempos de El Libro Gordo de Petete, me temo, y yo estaba fascinado con todas aquellas ramificaciones del saber más o menos antiguo, más o menos anecdótico. Debí aprenderme de memoria las siete maravillas del mundo clásico. No me pidas que las enumere ahora, lector crepuscular: los jardines colgantes de Babilonia, las pirámides de Egipto... Como que casi me quedo ahí. Confesaré si acaso que mi favorita era el Coloso de Rodas, estatua monumental cuyas piernas abiertas a lo Solo para tus ojos enmarcaban la entrada al puerto de la ciudad griega, obra siglos ha descabalgada por un terremoto y que hoy duerme el sueño de los justos en los abismos mediterráneos. A trozos, se entiende.
Las siete maravillas, los diez mandamientos, los siete pecados capitales... Son las únicas listas con las que puedo comulgar, una tradición milenaria les proporciona aquellas tres cualidades a las que según mi absolutista parecer toda lista debería aspirar: la objetividad, la exhaustividad y la universalidad.
Estos últimos días, no obstante, la proliferación de blogs entre mis conocidos o entre los conocidos de mis conocidos me enfrenta a un curioso fenómeno de confluencia a vueltas con el arte de la catalogación numerada (recordemos que ejerzo el periodismo: dos coincidencias ya marcan tendencia). Primero fue Carolink quien, en un post del 11 de mayo, señalaba el top 5 de canciones con (sobre, desde, hacia, según) las que gustaría de bailar en vertical y/o horizontal, las interpretaciones divergen. Cuatro jornadas más tarde, posiblemente ignorante del texto anterior, la cangurita Camallonga comenta el libro 31 canciones de Nick Hornby mientras en cierto modo critica la costumbre adolescente, tan bien tratada por el escritor en Alta fidelidad, de elaborar tales clasificaciones.
Será que la música es uno de los escasos apartados en los que aún nos podemos pretender absolutos.
Será que, fieles a nuestro carácter posmoderno, somos ya capaces de relativizar cuanto nos echen. La subjetividad al poder o para-eso-tengo-un-blog,-¿no?
Como ante las celebraciones populares, experimento sentimientos encontrados. Desconfío de cualquier lista que me tenga por elaborador, pero disfruto sobremanera leyendo las ajenas. Soy incapaz de sumarme al jolgorio general, huyo de la turba, pero me descubro encantado como observador catódico de la felicidad de miles.
Anoche, mientras media Barcelona celebraba el título liguero, yo me metía en la cama a soñar bocinazos (fue un trabajo sucio, pero alguien tenía que hacerlo).
Así las cosas, comentado todo lo anterior, emprendo esta tarde de domingo ansioso por pontificar, con hambre de auto-contradicción. Y desde aquí lanzo a la eternidad cibernética, en orden de importancia ascendente, mi top 5 vital de episodios de intensa felicidad deportiva.
5- Liga 1984-85. Me entero de la victoria de Valladolid (con el penalty detenido por Urruti como clímax) al salir del cine Atenas, donde acababa de visionar Los Cazafantasmas.
4- Copa de Europa de Basket. Llamo a mi hermano a Londres para confirmar la nacionalidad de Bodiroga: jamás un serbio me hizo tan feliz...
3- 20 de mayo de 1992: ¿hace falta decir más? Desde luego que no, pero añadiré dos palabras: Wembley. Koeman.
2- Segunda liga de Cruyff, obtenida después de que el Tenerife le remontara un 0-2 al Real Madrid.
1- Tornados campeón de las 24 horas de fútbol-sala de La Palma de Cervelló con un servidor haciendo las veces de entrenador-jugador.
Constato, por último, que hoy mi hermana Jana es yo hace veinte años. Su primera liga de verdad (tenía 9 años cuando la última de Van Gaal, no fanatizaba aún). Mi felicidad es básicamente la suya.

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