viernes, mayo 13, 2005

Götterdämmerung

La Fortaleza de la Soledad. Así bautizó Supermán su refugio ártico, como si la condición de Hombre de Acero en un mundo de carne y hueso no fuera ya motivo de suficiente aislamiento. No recuerdo qué contemporáneo deconstructor de la mentalidad del súper-héroe, quizá Kevin Smith (*), observó la pobre opinión de Supermán para con la humanidad. Clark Kent sería a sus ojos el terráqueo tipo: patoso y desgarbado, una suerte de mascota inútil a la que solamente toleramos porque nos cae simpática. Le caemos simpáticos, por eso nos salva. Por eso, porque no le cuesta gran cosa y porque nobleza obliga, claro. Y, cuando está hasta las narices de nuestro mundo de rateros y psicópatas, se escapa al Polo Norte en busca de la Soledad Absoluta. Allí, reflejado en las imponentes masas de hielo, se reconoce tal cual es: el sueño pre-mortem de un genio llamado Jor-El. La fantasía última de Nietzsche despojada de romanticismo. Porque Supermán jamás escribiría un poema. Supermán, en cambio, sería un excelente corrector de estilo. Supermán es la perfección. Su cerebro, al igual que su músculo, es de una pieza. Jamás duda. La clausura para él es una obligación que cumple no ya con gesto marcial, sino con satisfacción incluso. Supermán, de por sí oculto los días hábiles a la sociedad de los hombres, pasa las vacaciones como el Supremo Anacoreta que es.

Por su parte, la distancia se tiñe de misantropía en Batman, un héroe que por demasiado humano no sabe encontrar simpático al género humano. Batman no lucha desde el deber, sino desde la rabia. En ella radica su disciplina, de ella brota su fuerza. Engullido por un trauma infantil, Batman es la identidad real del farsante Bruce Wayne. Batman quiere creer que, caso de que el crimen y la muerte no se cruzaran constantemente en nuestro camino, todos podríamos llegar a ser millonarios de sonrisa Profidén y mandíbula cuadrada, hombres y mujeres de bien que dan fiestas de alto copete y que apadrinan niños del tercer mundo. Batman odia al maleante, claro. Pero también desprecia a la víctima. Por su debilidad. Por no ser como él. Por no ayudarle en su Cruzada. Y siente repugnancia por sí mismo. Por ser lo que es. Por no tener nada más que su Cruzada. A la hora de recluirse, Batman se sumerge en las entrañas de la tierra. De su subconsciente. Busca la oscuridad total de la Batcueva, no le gusta la imagen que le devolvería el espejo. Batman es una criatura de Jean Genet, el homosexual resentido y reprimido, blasfemando a gritos desde el interior del armario, dispuesto a abandonarlo para contagiar su dolor. Batman quiere dudar pero no puede permitírselo. Batman sigue adelante porque no encuentra ningún otro lugar al que ir.

De ahí, de todo ello, el acierto de Frank Miller al oponer a uno y otro en las páginas de su legendario El regreso del Señor de la Noche. Batman ha cruzado la raya de la psicopatía. Supermán lucha de incógnito al servicio de los intereses imperialistas de Ronald Reagan. Batman se convierte en una amenaza para el statu quo. Supermán se debe encargar de erradicarlo. ¿Tiene alguna opción un simple murciélago ante la fuerza más poderosa de este universo? La respuesta es sí. De algún perverso modo, cuando los dioses se revuelcan por el lodo es el más cercano a aquella bajeza, el más terreno, quien prevalece.

Levanta la vista hacia el cielo, lector crepuscular. ¿Es un pájaro? ¿Es un avión? No, es Supermán, que vuela lo más lejos posible de nosotros. Siempre por encima, siempre en otra dimensión. Mira ahora a lado y lado. Detrás de cada mueca hay un Batman en potencia. Todos, absolutamente todos podemos llegar a ser Señores de la Noche. Tiempo ha que aprendimos a caer.

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(*) Me recuerda el amigo Graps que esta interpretación se la debemos a Quentin Tarantino, autor del guión de Kill Bill 2, y no a Smith.

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