En la noche de hoy, el equipo de mi infancia y adolescencia, el de la escueta carga de madurez que atesoro entre pecho y espalda, se enfrenta a un nuevo y balompédico compromiso tan decisivo como dificultoso.
Percibo en mí, no obstante, una suerte de traspaso de poderes. Y, aunque se trate de dos emociones de idéntica categoría, primordiales ellas, la variación se me hace notable.
Porque el temor supersticioso e inseguro de siempre se ha visto substituido por una abrumadora sed de revancha.
Quiero venganza.
(Y no desde luego una venganza quirúrgica, diseñada desde la frialdad para obtener el mayor grado de daño ajeno; propongo un desquite demoledor, sí, pero uno donde la sobriedad y el gesto reconcentrado convivan con la fantasía y una alegría de vivir que Mourinho y sus legionarios catalogarán a priori de frívola, pero que habrá de depararles un final, espero, sencillamente humillante).
Percibo en mí, no obstante, una suerte de traspaso de poderes. Y, aunque se trate de dos emociones de idéntica categoría, primordiales ellas, la variación se me hace notable.
Porque el temor supersticioso e inseguro de siempre se ha visto substituido por una abrumadora sed de revancha.
Quiero venganza.
(Y no desde luego una venganza quirúrgica, diseñada desde la frialdad para obtener el mayor grado de daño ajeno; propongo un desquite demoledor, sí, pero uno donde la sobriedad y el gesto reconcentrado convivan con la fantasía y una alegría de vivir que Mourinho y sus legionarios catalogarán a priori de frívola, pero que habrá de depararles un final, espero, sencillamente humillante).
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