Mi angustia es una angustia pequeñita, de bolsillo y tapa blanda. Ya hace tiempo se sació, dejó de masticar cuanto quedaba a su alcance y permitió que su estómago (y con él el resto de su cuerpo) fueran decreciendo hasta verse como la modesta criatura que a día de hoy es.
Mi angustia es una angustia acuática, camaleónica dentro de lo líquido. Hubo una época, insisto, en que gustaba de disfrazarse de tsunami para lanzarse contra mí y dejarme empapado y aturdido, pero actualmente ejerce el chapoteo con la ligereza de un arroyo campestre.
Mi angustia, por pequeña que pueda parecer, está muy bien enseñada: viene y va a su antojo, no necesita de nadie que la controle. Además, es una criatura de hábitos firmes: hace sus necesidades a primera hora de la mañana y repite a última de la tarde. Durante el resto del día se dedica a dormitar plácidamente.
Mi angustia respira como una hoja. A menudo la he creído muerta y solo tras varios minutos de atenta contemplación he sabido comprender la fragilidad de su descanso. Cuando despierta, mi angustia bosteza como un orangután.
Mi angustia cree poderosamente en los fantasmas, las apariciones y los espectros. Antes que miedo, se diría que su compañía le provoca honda satisfacción.
Mi angustia gusta de viajar en el tiempo. Pero vino tarada de fábrica, y sólo es capaz de hacerlo hacia el pasado.
Mi angustia es femenina, claro. Y posesiva. No le gusta que me relacione con otras mujeres. Cuando lo hago, no duda en montarme escenitas.
Mi angustia es una angustia acuática, camaleónica dentro de lo líquido. Hubo una época, insisto, en que gustaba de disfrazarse de tsunami para lanzarse contra mí y dejarme empapado y aturdido, pero actualmente ejerce el chapoteo con la ligereza de un arroyo campestre.
Mi angustia, por pequeña que pueda parecer, está muy bien enseñada: viene y va a su antojo, no necesita de nadie que la controle. Además, es una criatura de hábitos firmes: hace sus necesidades a primera hora de la mañana y repite a última de la tarde. Durante el resto del día se dedica a dormitar plácidamente.
Mi angustia respira como una hoja. A menudo la he creído muerta y solo tras varios minutos de atenta contemplación he sabido comprender la fragilidad de su descanso. Cuando despierta, mi angustia bosteza como un orangután.
Mi angustia cree poderosamente en los fantasmas, las apariciones y los espectros. Antes que miedo, se diría que su compañía le provoca honda satisfacción.
Mi angustia gusta de viajar en el tiempo. Pero vino tarada de fábrica, y sólo es capaz de hacerlo hacia el pasado.
Mi angustia es femenina, claro. Y posesiva. No le gusta que me relacione con otras mujeres. Cuando lo hago, no duda en montarme escenitas.
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