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Para ulular lastimeramente:
Su excesivo final (que no su demoledor epílogo, ojo), de una pirotecnia que no acaba de casar con el resto de la historia. Y ese gran defecto del cine de terror de siempre: si sabes que la casa está plagadita de espíritus con muy malas intenciones, si es evidente que la linterna se va a quedar sin pilas a mitad de la excursión, ¿para qué te metes? ¿Y a cuento de qué repites una, dos, tres veces...? Porque sí, luego ya te pilla el síndrome de estocolmo ectoplásmico, pero antes no hay justificación. Y cuando el espectador piensa que su protagonista es lelo, algo se muere en el visionado.
Para aullar efusivamente:
Por de pronto, supera con creces al original coreano (no era difícil, pero acierta a mantener e incluso mejorar su demoledor epílogo -que no su excesivo final, ojo). Por de tarde, su turbadora puesta en escena: banda sonora, fotografía (¿muy Dark Water ambas o me traiciona la memoria?), dirección... Sus títulos de crédito iniciales. Y un Kiefer Sutherland razonablemente torturado.
El consejo crepuscular:
Sea en Sitges esta misma noche o a partir de mañana en cualquier otra sala de cine, pásalo mal con ella, oh lector crepuscular, pues no se trata de The Ring pero da varias vueltas a los más recientes remakes del terror de ojos rasgados. A la salida, eso sí, busca un espejo. Uno bien grande. Mírate en él. Estudia sus esquinas. Comienza desconfiando, acaba por no reconocerte en cuanto se refleja. Es sólo el primer paso, ¿verdad?
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