Neodylanismo. Si Cassadaga era el lugar indicado para dar con la Zelda Rubinstein de Poltergeist, Tepoztlán bien podría albergar el retiro dorado del Richard Dreyfuss de Encuentros cercanos en la tercera fase. Entre una y otra inspiración, en cualquier caso, Conor Oberst tira sin que le toque y aún así suma un enésimo álbum a tener muy en cuenta. Acústicamente desnudo a ratos (Cape Canaveral), escoltado a otros por la recién inaugurada Mystic Valley Band (las bastantes brighteyesianas Danny Callahan y I Don’t Wanna Die in the Hospital, por ejemplo), el wunderkind de Omaha prescinde de vientos y coros multitudinarios para regresar a unas raíces que, en él, sin lidiar angustias emo de por medio, llevan por nombre Robert y un Zimmerman la mar de freudiano en el apellido (ramificaciones incluidas: NYC – Gone, Gone vuelve a ser el Springsteen de las Seeger Sessions como Souled Out!!! apunta a The Band y demás epígonos). 28 años, 19 discos, sólo le queda dar con la Atlántida y aún no ha requerido de la ayuda de Rick Rubin… Notable, sí señor.
(Esta reseña ha aparecido en el número de octubre de Go Mag)
(Esta reseña ha aparecido en el número de octubre de Go Mag)
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