Pensaba este ladrador hace pocos días, sin ánimo gafador alguno, que J.J. Abrahams ha acertado al no dejarse engullir por esa isla de magnetismo casi universal que es Lost. A diferencia del anterior gran nombre de la ciencia ficción catódica, Chris Carter, el amigo venía combinando las temporadas de su más popular criatura televisiva con notables proyectos fílmicos, lo mismo realizadores (la correcta Mission: Impossible III, la esperada Star Trek...) que productores (la muy notable y, a medida que se pierde en el recuerdo, cada vez más tramposa Cloverfield). Sucede, no obstante, que su último proyecto para la pequeña pantalla, Fringe, guarda no pocas similitudes con Millennium, la serie que marcó el principio del fin de Carter (siendo la reciente The X Files: I Want to Believe un clavo tirando a penúltimo en su ataúd). Y que no se me malinterprete: dos capítulos han bastado para que servidor quede prendado de Anna Torv y Joshua Jackson como en su día cayó en las redes de Frank Black / Lance Henriksen y sus desvelos por evitar el Apocalipsis. Pero, paralelismos argumentales al margen, ambos proyectos se caracterizan por una oscuridad y truculencias que fácilmente podrían disgustar al público norteamericano: difícil comerse una pieza de pollo frito mientras delante tuyo se extrae un globo ocular, su nervio óptico debidamente tirante, para intentar recuperar de él la última imagen vista por una jovencita asesinada con escalpelo y alevosía. Veremos, pero sirvan estas líneas a modo de aviso a los programadores de las barras y estrellas: no me toquen los crepúsculos, señores, que bastante trauma arrastro ya en el apartado de cancelaciones (Raines, October Road, Traveler... descansen todas ellas en paz).
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