Es una vieja receta política: a gobierno nefasto, sátira bañada en chocolate negro (deliciosa, sí, pero de regusto tirando a amargo). Thatcher tuvo a los Spitting Images y el tándem González/Aznar condujo a los guiñoles del Plus a sus más altas cotas, pero antes estuvo Nixon. Y lo de Nixon, por no tener nombre y sí bastante delito, fue un festín tragicómico. Al que Philip Roth llegó sorprendentemente a tiempo, habida cuenta que venía de una reflexión concienzuda sobre el propio ombligo, El lamento de Portnoy, cuya popularidad se tradujo en no pocas cuitas religiosas, morales y familiares. Será que la magnitud del asunto desafiaba el más feroz solipsismo. Será, de paso, que las maneras de Roth siempre fueron menos autobiográficas que intelectuales. Así las cosas, en 1971 aparecía Nuestra pandilla, descripción en seis actos de la caída terrenal del presidente Tricky E. Dixon (asesinato de boy scouts e invasión de Dinamarca incluidos) y su posterior ascenso en la jerarquía política de los círculos infernales. Un retrato feroz que en sus dos primeros capítulos flirtea con lo anecdótico pero, toda vez alcanzada la velocidad punta, se revela tan trabajado, jugoso y memorable como cualquier otra gran pieza rothiana. Se sonríe el lector; pasa ansioso la página en busca de la siguiente ocurrencia. Pero, a poco que reflexione, acaba por torcer el gesto. Como en el zapatazo a Bush, la carcajada se alimenta de sangre. Y aquí el gag no es más que el azúcar con que se camufló el sabor del jarabe.
(Esta reseña ha aparecido en el número de enero de Go Mag)
(Esta reseña ha aparecido en el número de enero de Go Mag)
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