Uno no sabe si, a la hora de documentarse sobre el sexo del siglo XXI (ya que a él lo intuimos célibe, eremita de la literatura en su cabaña de los bosques de Connecticut), Philip Roth ha estado descargándose algo de internet: lesbianas dueñas de un auténtico arsenal de herramientas consoladoras, rubias nadadoras de 19 años y pubis depilado, tríos con veinteañeras borrachas dispuestas a explorar todas las posibilidades de la res erótica... Aunque lo carnal jamás fue baladí en la obra rothiana, sí sorprende su irrupción en una novela dedicada a la humillación sufrida por un actor sexagenario que, de la noche a la mañana, se descubre incapaz de interpretar una sola línea sobre las tablas, primer paso de una caída que incluirá el abandono de la esposa y una breve estancia en un hospital psiquiátrico. Traicionado por el cuerpo y la mente, Simon Axler halla consuelo en los brazos de la sáfica Pegeen, tregua à la Benedetti que ocupa el segundo acto y estallará, según dictan los cánones, al final del tercero. Ojo, pues, a la estructura teatral del asunto. Se ha dicho que estamos ante el primer título fallido del último Roth: por breve, por masturbatorio, por inconexo. De ser así, cabe preguntarse acerca del modo en que sus páginas finales nos golpean, se aferran a nosotros como si de un nuevo clásico se tratara. Porque las cuentas acaban cuadrando, con o sin sexo, uno concede el beneficio de la duda, se promete una segunda lectura, vuelve a dejarse las manos aplaudiendo.
(Esta reseña ha aparecido en el número de febrero de Go Mag)
(Esta reseña ha aparecido en el número de febrero de Go Mag)
1 comentario:
Las manos donde pueda verlas.
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