Se trata de una novela policíaca del mismo modo que Esperando a Godot es una obra de teatro policíaca: sin que se le vea el pelo a un solo detective, abonada a una pesquisa irresoluble. Liquidación, de Imre Kertész. A diferencia del Godot de Beckett, donde la tragedia brota del absurdo, aquí el absurdo asoma desde la tragedia pero, espantado por el panorama que encuentra ante sí, vuelve a esconder rápidamente sus orejas de conejo de Pascua.
Kertész sobrevivió a Auschwitz. Después, a Buchenwald.
Su protagonista, Bé, nació en Auschwitz. Cuatro décadas después del final de la guerra, sigue empeñado en no sobrevivirlo.
Bé es escritor. Bé se suicida.
Su amigo y editor, Keseru, comprende que Bé no puede haberse ido sin dejar una novela que reordene el mundo, que le ayude a percibir si en verdad algo vale la pena o lo mejor es morir.
Keseru vive para encontrar esa novela.
Bé muere porque es consciente de su fracaso. No ha logrado reproducir Auschwitz, ni en su miserable existencia ni en las páginas del manuscrito.
Judit, esposa de Bé, amante de Keseru, hija de supervivientes de Auschwitz, acusa a Bé: “No comprendía mi enorme e imperdonable error de fingir que el mundo no era el mundo de los asesinos y de procurar instalarme cómodamente en él”. Más adelante, durante un congreso dermatológico en Cracovia, visita Auschwitz. Descubre que Auschwitz es irrepetible, inefable, incomprensible.
Bé sabe que Auschwitz es irrevocable.
Postulaba mi estimado Philipp Engel, hace algunas semanas, la supremacía del verdugo sobre la víctima en lo que a interés por su mente y personalidad se refiere. Cualquiera puede ser víctima pero no cualquiera puede ser verdugo. La víctima se ve aplastada por una voluntad ajena a ella, y es en quien esgrime esa voluntad que debemos hallar y estudiar la rareza.
Inicialmente coincidí con él.
Con el paso de los días, tiendo a disentir.
Los sujetos más malignos (arbitrarios, agresivos) que he conocido, lo eran por mediocres. Nacían y morían en el desempeño de su acción. Lo que quiero decir, supongo, es que cualquier imbécil puede escupirte en el ojo. Que tres imbéciles juntos hasta pueden idear y construir una máquina dedicada a lanzar esputos sobre la vista del prójimo. Pero que ello no magnifica las dimensiones de su psicología.
Ahora bien, más allá del muerto, la víctima que sobrevive, la que debe reformular por completo su construcción de la realidad humana, la que se ve obligada a dar con nuevas formas de moral (a menudo inmorales) para llegar al día siguiente... Sin ánimo de incurrir en apología alguna, ¿no es fuente de los mayores enigmas?
Cuando Adorno constata la imposibilidad de la poesía tras Auschwitz... ¿Qué entiende por poesía? ¿Una actividad pseudo-lúdica? ¿Un posicionamiento moral? ¿Una búsqueda estética?
Bé, el héroe de Kertész, opinaría que poesía lo es todo. Tras Auschwitz, por tanto, queda la nada.
O la mentira. Tras el suicidio de Bé, Judit mantiene este diálogo con su nuevo marido, Ádám:
“JUDIT: Estuve allí. Lo vi. Auschwitz no existe.
ÁDÁM: Tengo dos hijos. Dos hijos medio judíos. Aún no saben nada. Duermen. ¿Quién les hablará de Auschwitz? ¿Quién de nosotros les dirá que son judíos?
JUDIT: ¿Y si no se lo dijéramos?”
Vergessenheit macht frei: El olvido os hará libres.
La poesía a modo de olvido.
Inverosímil, todo ello.
Quizá, en efecto, para algunos, para muchos, un imposible.