Descabalgado de la moto por enésima vez (se me conoce ya como “el Carlos Sainz de las dos ruedas”), me someto a los rigores del transporte público y, tras tan solo dos jornadas, pienso-testimonio que:
- He perdido algo de práctica en el siempre infravalorado arte de ceder el paso a aquellas personas a las que uno cree que debe ceder el paso (en mi caso, todo el mundo) sin por ello convertirse en un molesto tapón en una zona tan sensible al embudismo como es la puerta del vagón de metro.
- Un grupo de jóvenes pintores se aposta en el túnel que conecta la L1 y la L3 de Plaza Cataluña para, esgrimiendo sus cuadros en alto, gritar: “¡Terrorismo artístico, terrorismo artístico!”. Acto seguido, me enorgullezco de vivir en un país donde la ecuación (hora punta) elevada a (palabra “terrorismo”) no es igual a (siete tiros en la cabeza).
- Tras un triple trasbordo, me quedo clavado aguantando una de las puertas de salida de la estación de Gràcia mientras hasta cuatro personas con Síndrome de Down pasan a mi lado ignorantes de que deberían tomarme el relevo. Medio minuto más tarde, la acompañante del grupo por fin arriba a mi posición y pasa a cargar con la dichosa puerta.
(Por cierto que ir de un lado al otro caminando se presta notablemente a que ciertos individuos -y no señalo a nadie, don Marcelo Gómez- imiten el modo que tiene uno de ir caminando de un lado al otro.)
- He perdido algo de práctica en el siempre infravalorado arte de ceder el paso a aquellas personas a las que uno cree que debe ceder el paso (en mi caso, todo el mundo) sin por ello convertirse en un molesto tapón en una zona tan sensible al embudismo como es la puerta del vagón de metro.
- Un grupo de jóvenes pintores se aposta en el túnel que conecta la L1 y la L3 de Plaza Cataluña para, esgrimiendo sus cuadros en alto, gritar: “¡Terrorismo artístico, terrorismo artístico!”. Acto seguido, me enorgullezco de vivir en un país donde la ecuación (hora punta) elevada a (palabra “terrorismo”) no es igual a (siete tiros en la cabeza).
- Tras un triple trasbordo, me quedo clavado aguantando una de las puertas de salida de la estación de Gràcia mientras hasta cuatro personas con Síndrome de Down pasan a mi lado ignorantes de que deberían tomarme el relevo. Medio minuto más tarde, la acompañante del grupo por fin arriba a mi posición y pasa a cargar con la dichosa puerta.
(Por cierto que ir de un lado al otro caminando se presta notablemente a que ciertos individuos -y no señalo a nadie, don Marcelo Gómez- imiten el modo que tiene uno de ir caminando de un lado al otro.)
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