Lesiones puntuales al margen, dos son las grandes diferencias entre el Barça glorioso y dobleteador de la temporada pasada y el Barça aturdido y desolado de la presente. La primera tiene perfil de abrelatas: no es en sus registros goleadores donde Eidur Gudjohnsen ha fracasado miserablemente, sino a la hora de crear espacios en ataque para un tridente obsesionado con recibir antes la pelota al pie que en profundidad, abonado a la genialidad desde lo estático antes que a la sorpresa desde lo dinámico. Jugar con Henrik Larsson, principal responsable de la Copa de Europa de París, era como comenzar una partida de damas con una ficha incrustada en la penúltima línea del tablero rival. Circunstancia que hubiera sido la mar de agradecer en encuentros tan trabados (y decisivos) como los de Yokohama y Anfield.
La segunda ausencia ha pasado bastante más desapercibida, pero no cabe menospreciar su influencia. Durante dos años, Henk ten Cate ejerció de intermediario entre Rijkaard y la plantilla, de modo tal que su marcha ha desnudado a un entrenador que no ha sabido (y al que además tampoco correspondía) apaciguar a ciertos pesos pesados del vestuario. Si Larsson abría sobre el césped, Ten Cate echaba la persiana desde el banquillo para evitar salidas de tono tan venenosas como las protagonizadas este año por Samuel Eto’o. Son detalles nimios los que a menudo dan al traste con las más perfectas maquinarias; de modo paralelo, quizá un par de retoques puntuales resultarían más efectivos que el rasgarse las vestiduras en que está incurriendo estos últimos días Joan Laporta.
La segunda ausencia ha pasado bastante más desapercibida, pero no cabe menospreciar su influencia. Durante dos años, Henk ten Cate ejerció de intermediario entre Rijkaard y la plantilla, de modo tal que su marcha ha desnudado a un entrenador que no ha sabido (y al que además tampoco correspondía) apaciguar a ciertos pesos pesados del vestuario. Si Larsson abría sobre el césped, Ten Cate echaba la persiana desde el banquillo para evitar salidas de tono tan venenosas como las protagonizadas este año por Samuel Eto’o. Son detalles nimios los que a menudo dan al traste con las más perfectas maquinarias; de modo paralelo, quizá un par de retoques puntuales resultarían más efectivos que el rasgarse las vestiduras en que está incurriendo estos últimos días Joan Laporta.
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