Tras mucho bajar a la mina y alimentar con sus miembros los voraces telares de la revolución industrial, los niños y niñas de Gran Bretaña vieron cómo la época victoriana les daba por fin un respiro. Nada más acabada esta, por cierto, James Matthew Barrie legó al mundo un héroe literario hecho a su imagen y semejanza; un muchacho llamado Peter Pan que revoloteaba por la noche londinense a la busca de otros zagales que, como él, reivindicaran la infancia renunciando a toda responsabilidad y emigrando al País de Nunca Jamás. Los que así lo hacían se convertían en chicos perdidos, vivían entre hadas y piratas, acudían cada día de la semana a la única discoteca de aquella tierra peligrosa y extraordinaria para escuchar a una banda de Sheffield que respondía al nombre de Arctic Monkeys…
Hasta aquí la versión más o menos fantasiosa de la historia.
Sucede, no obstante, que tanto la discoteca como el resto del País de Nunca Jamás se hallaba en realidad bajo el control de una multinacional de la industria del espectáculo, empresa que se hacía de oro con las ventas en el mundo real de una banda promocionada como el no va más del éxito precoz, de las virtudes del acné cuando se aplica a disciplinas tan provenientes de las entrañas como la que consta de empuñar una guitarra y consagrar las cuerdas vocales al noble arte del gorgorito…
Hasta aquí la versión más o menos comercial de la historia.
Regresemos a la única discoteca del igualmente insólito País de Nunca Jamás, donde los monos árticos están a punto de presentar su ya segundo álbum en el plazo de dieciséis meses. Alex Turner y compañía han heredado, pues, el gesto laborioso de sus antepasados industriales. Conscientes de que las tácticas comerciales tácticas comerciales son, de que lo mejor de la adolescencia radica en ir dejándola atrás, han optado por la senda de la maduración. Porque es el orgullo intrínseco y no cualquier forma de presión externa lo que mantiene a la clase trabajadora al pie del cañón, los chavales se han dejado la piel concierto a concierto (el bajista Andy Nicholson cayó víctima del agotamiento y pidió la substitución por Nick O’Malley), han hecho sangrar las yemas de sus dedos al punto de convertir el inicial Brianstorm en una esplendorosa reformulación indie de las épicas bases de Iron Maiden. Dignos émulos de Wayne Rooney, saben cómo galopar y morder, pero han aprendido también a reducir las pulsaciones por aquello del contraste y la sorpresa: de ahí el virtuosismo que desprende If You Were There, Beware, tan espléndido a ratos como irregular en su conjunto. Teddy Picker, Fluorescent Adolescent y Old Yellow Bricks regurgitan tradición desde cada uno de sus acordes, mientras Balaclava y The Bad Thing beben aún de su propia ópera prima, clásico en toda regla del brit pop del último lustro. Estatus que no debería alcanzar esta pesadilla de notable ejecución pero no tan directa y favorita.
Y hasta aquí la versión más o menos musical de la historia.
(Esta reseña ha aparecido en el número de junio de Go Mag.)
Hasta aquí la versión más o menos fantasiosa de la historia.
Sucede, no obstante, que tanto la discoteca como el resto del País de Nunca Jamás se hallaba en realidad bajo el control de una multinacional de la industria del espectáculo, empresa que se hacía de oro con las ventas en el mundo real de una banda promocionada como el no va más del éxito precoz, de las virtudes del acné cuando se aplica a disciplinas tan provenientes de las entrañas como la que consta de empuñar una guitarra y consagrar las cuerdas vocales al noble arte del gorgorito…
Hasta aquí la versión más o menos comercial de la historia.
Regresemos a la única discoteca del igualmente insólito País de Nunca Jamás, donde los monos árticos están a punto de presentar su ya segundo álbum en el plazo de dieciséis meses. Alex Turner y compañía han heredado, pues, el gesto laborioso de sus antepasados industriales. Conscientes de que las tácticas comerciales tácticas comerciales son, de que lo mejor de la adolescencia radica en ir dejándola atrás, han optado por la senda de la maduración. Porque es el orgullo intrínseco y no cualquier forma de presión externa lo que mantiene a la clase trabajadora al pie del cañón, los chavales se han dejado la piel concierto a concierto (el bajista Andy Nicholson cayó víctima del agotamiento y pidió la substitución por Nick O’Malley), han hecho sangrar las yemas de sus dedos al punto de convertir el inicial Brianstorm en una esplendorosa reformulación indie de las épicas bases de Iron Maiden. Dignos émulos de Wayne Rooney, saben cómo galopar y morder, pero han aprendido también a reducir las pulsaciones por aquello del contraste y la sorpresa: de ahí el virtuosismo que desprende If You Were There, Beware, tan espléndido a ratos como irregular en su conjunto. Teddy Picker, Fluorescent Adolescent y Old Yellow Bricks regurgitan tradición desde cada uno de sus acordes, mientras Balaclava y The Bad Thing beben aún de su propia ópera prima, clásico en toda regla del brit pop del último lustro. Estatus que no debería alcanzar esta pesadilla de notable ejecución pero no tan directa y favorita.
Y hasta aquí la versión más o menos musical de la historia.
(Esta reseña ha aparecido en el número de junio de Go Mag.)
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