¿Qué pinta el bueno de Marcus Messner, hijo de un carnicero kosher de Newark, en ese avispero wasp que es el Winesburg College, en pleno corazón de Ohio? La respuesta, amigos míos –que diría el bardo de Duluth-, se encuentra en las páginas de Indignación. Esto es, la novela número veinticinco de Philip Roth. Esto es –bis-, su tercera obra maestra en los últimos tres años, tras Elegía y Sale el espectro; a tiro de piedra, incluso, de la aún más ambiciosa (pero menos novelesca, una pica de las que justifican el Flandes del Nobel pero difícilmente conquistan lectores) La conjura contra América. Les avanzamos algo más de la trama: Marcus, estudiante excelente e hijo modelo, está enfadado. Con su padre, que ha elegido la década de la paranoia para comenzar a volverse loco, al punto de forzarle a poner la mitad de Estados Unidos entre él y su sobreprotectora figura. Con la universidad que lo obliga a asistir a misa una vez por semana y que insiste en inmiscuirse en su vida privada. Con el país que amenaza con mandarlo a Corea para ser pasto de las bayonetas comunistas en caso del más ligero traspié académico. Y con la bella Olivia, que no ha tenido mejor idea que cerrar su primera cita con una felación igualmente inaugural.
Los mimbres, desde luego, no sorprenderán a nadie. La historia más o menos reciente de las barras y estrellas. El antisemitismo de la América protestante. La estulticia que aflora en los ambientes académicos. La capacidad destructora del sexo… Pero Roth los agita en el interior de su chistera y nos arranca un aplauso entusiasta al extraer el enésimo conejo blanco sin que llegue a vérsele el truco. Sabemos que lo va a hacer, lo hace y nos vuelve a dejar con la boca abierta. ¿Por qué? Pues por la pirueta narrativa a lo Johnny cogió su fusil, para comenzar. Por su nada subrayado pero implacable tono metafórico (la dicotomía de la carne -sexo y muerte- se da la mano al cumplirse el primer cuarto de la obra en una página sencillamente magistral). Y por un argumento cuyo total excede ampliamente la suma de sus partes; que se eleva muy por encima de las grises calles de New Jersey, de los brillantes campos de cereales del Medio Oeste, de los reprimidos años 1950, y nos lleva a reflexionar una vez más sobre circunstancias notablemente más cercanas. Así es Roth: hasta las novelas de corte conceptual (el título se nos antoja del todo significativo) le salen como puñetazos de vida.
PD: En las antípodas de estas palabras, aparecidas en el número de abril de Go Mag, puede consultarse la sangrante crítica de Juan Manuel de Prada para el ABCD aquí.
EDIT: Excelente pieza sobre Roth la que firma Robert McCrum en The Observer, traducida por Clarín aquí.
Los mimbres, desde luego, no sorprenderán a nadie. La historia más o menos reciente de las barras y estrellas. El antisemitismo de la América protestante. La estulticia que aflora en los ambientes académicos. La capacidad destructora del sexo… Pero Roth los agita en el interior de su chistera y nos arranca un aplauso entusiasta al extraer el enésimo conejo blanco sin que llegue a vérsele el truco. Sabemos que lo va a hacer, lo hace y nos vuelve a dejar con la boca abierta. ¿Por qué? Pues por la pirueta narrativa a lo Johnny cogió su fusil, para comenzar. Por su nada subrayado pero implacable tono metafórico (la dicotomía de la carne -sexo y muerte- se da la mano al cumplirse el primer cuarto de la obra en una página sencillamente magistral). Y por un argumento cuyo total excede ampliamente la suma de sus partes; que se eleva muy por encima de las grises calles de New Jersey, de los brillantes campos de cereales del Medio Oeste, de los reprimidos años 1950, y nos lleva a reflexionar una vez más sobre circunstancias notablemente más cercanas. Así es Roth: hasta las novelas de corte conceptual (el título se nos antoja del todo significativo) le salen como puñetazos de vida.
PD: En las antípodas de estas palabras, aparecidas en el número de abril de Go Mag, puede consultarse la sangrante crítica de Juan Manuel de Prada para el ABCD aquí.
EDIT: Excelente pieza sobre Roth la que firma Robert McCrum en The Observer, traducida por Clarín aquí.
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