viernes, agosto 10, 2007

Cien canciones, cien ladridos (1)

Dancing in the Dark - Bruce Springsteen (1984)
Mentiría este ladrador crepuscular si dijera que el flechazo fue instantáneo. Cuando vi por vez primera el famoso clip dirigido por DePalma (con una desconocidísima Courtney Cox dando la réplica al Boss) mi infantil cabeza estaba absorta anticipando el capítulo de El gran héroe americano que debía venir a continuación, de modo que pocas (y más bien negativas) fueron las impresiones que le causó aquel sujeto que exudaba barras y estrellas por todos y cada uno de sus poros. Curiosamente, tal iba a constituirse en el gran juicio anti-Springsteen del momento: su aspecto de all-american-boy musculado y un tanto macarra, los tejanos sobre fondo de bandera en la portada de Born in the U.S.A., la fiereza con que se reclamaba hijo de esos Estados Unidos que podían llevar el Apocalipsis atómico a Europa mientras jodían la marrana en Nicaragua y tres o cuatro lugares más del globo… Los enemigos del imperialismo, quizá por ideología aún menos duchos en inglés que el común de los españoles del momento, no dudaron un instante a la hora de elevarlo a la categoría de Gran Satán del apostolado yanqui. Y sin embargo…

Semanas más tarde, mi pegaondas paterno obedecía la recomendación de un amigo al adquirir, en la tiempo ha extinta disquería del Drugstore David, el primer cassette que me dio vuelta y media. Porque en 1984 difícilmente habría adorado Born to Run o comprendido The River y Nebraska, pero, en lo que a Born in the U.S.A. respecta, el espíritu pop aplicado a aquellas bases de gesto roquero sí se me hizo en verdad irresistible. Aunque hubo algo más: uno tras otro hasta sumar doce cortes, Born in the U.S.A. fluctúa entre dos características tan marca de la casa ladradora-crepuscular como son el vitalismo y la melancolía.
En ocasiones vence la primera (Darlington County). A veces triunfa la segunda (Bobby Jean). Y, en el penúltimo tema, la mezcla perfecta de ambas conduce a una serie de emociones con las que el pre-adolescente que era yo podía ya reconocerse plenamente: la impaciencia y la expectación, el miedo a no salir nunca pero también a llegar demasiado pronto, la ansiedad de quien se cree capaz de estallar pero no está del todo convencido de contar con la chispa necesaria para ello. Fue aquel un notable error de compaginación (Dancing in the Dark debería haber abierto la cara B y My Hometown jamás debería haberla cerrado) que, como los demás pequeños fallos y grandes concesiones del álbum, Springsteen iba a redimir en directo. Y, en definitiva, Dancing… sigue representando un gran himno para quienes no logran conciliar el sueño en espera de salir a comerse el mundo: a fin de cuentas, nadie nos garantizó nunca que, tras el canto del gallo, el mundo fuera a seguir ahí.


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