La primera es en efecto como polvo de estrellas: entretiene y hasta planta un par de detalles en la memoria del espectador. La segunda comienza perdiendo el norte y acaba extraviando la épica y el dramatismo: Señor de los Anillos sólo hay uno (bueno, tres), así que mejor cubrirse las espaldas con cierto sentido del humor (a fe que Pfeiffer y DeNiro lo tuvieron claro).
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