Hicieron buenas migas, o al menos pareció que las hacían, Ricardo Menéndez Salmón y Eduardo Fernández Mallo en el Atlas Literario Español celebrado el verano pasado en Sevilla. No en vano, ambos han sido adscritos a la misma supuesta generación y son amigos de regurgitar en sus textos los aromas de las muchas piezas ajenas que jalonan su trayectoria de devoradores culturales. Pero, allí donde el padre de Nocilla Dream se alimenta lo mismo de las 625 líneas que del artefacto pop o del recuerdo de un chicle Cheiw, el firmante de La ofensa opta por menús más tradicionales, eminentemente literarios. Y de ello vienen a dar fe los relatos de esta colección, nueve certeros homenajes (quizá subconsciente alguno de ellos) a los grandes de la pluma: “el otro” borgiano lee a James Joyce mientras Poe y Henry James se dan la mano en el porche de una mansión de Yoknapatawpha y, algo más allá, tan lejos y tan cerca como en el interior de un ruinoso edificio de Praga, un Kafka juvenil se hincha de palabras al descubrirse escritor. Pero ni se descubre escritor ni nada nuevo nos revela el amigo Menéndez Salmón: el suyo es el mismo pulso narrativo, fluido pero riguroso, camaleónico pero aferrado a una marcada personalidad, que ha invitado a señalarlo como uno de los grandes en ciernes de nuestras letras. Donde hubo ombliguismo hay ahora maleabilidad; donde localismo, universalidad. Y, si bien se conduce con idéntica gracia en el cuento costumbrista que en el fantástico, cabe señalar que triunfa antes con la sugerencia de las historias abiertas (El placer de los extraños, El terror…) que cuando busca cuadrar una ecuación en exceso transitada (Hablemos de Joyce si quiere).
(Esta reseña ha aparecido en el número de enero de Qué Leer)
(Esta reseña ha aparecido en el número de enero de Qué Leer)
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