La gorra de béisbol calzada sobre las orejas, Will Johnson desayuna un tazón de cereales con leche en la cocina de su granja. Lo hace de pie, la cadera apoyada en la encimera, la mirada extraviada al otro lado de la ventana. Allí, el fluir del arroyo que atraviesa la pendiente del viejo cementerio rodea algunas lápidas tal y como ha anegado otras, piedra erosionada que señala huesos viejos pero tiempo ha dejó de guardar la debida memoria de nombres y fechas. Will coloca el tazón vacío en la pica, se seca la boca con el dorso de la mano, se pone la camisa de franela que colgaba del respaldo de una de las sillas y sale al exterior. El sol anda aún bajo, la luz azulada en el encuentro con los hilillos de bruma que escupe la tierra. Como si anunciara el incendio que está al caer. Siguiendo las sinuosidades del camino, Will llega a la camioneta Ford. O a lo que queda de ella, una carcasa oxidada sin neumáticos que puedan conducirla ya a ninguna parte, los faros y todas sus lunas reventados por las pedradas que les lanzaron niños que hoy ya están trabajando para alimentar a sus propios niños lapidadores. Abajo, en la granja, la veleta gime metálicamente ante un súbito cambio en la dirección del viento. Will abre la puerta del copiloto, comprueba que la tapicería siga aguantando el empuje de los muelles, se sienta y extrae lápiz y libreta del bolsillo de la camisa. Señal para que el primero de los espectros que guardan cola al otro lado del vehículo proceda a sentarse junto a él, carraspee y se lance a revelar los secretos que se esconden bajo el polvo de los caminos de Texas.
Permite la anterior recreación, por cierto, explicar las prolíficas maneras lo mismo que sugerir las muy personales temáticas del amigo Johnson, firmante único de los veintitrés temas que aquí se reparten sus dos bandas de cabecera (amén de presentando discos en solitario, lo hemos encontrado también como parte de Undertow Orchestra). Aunque integradas ambas por idénticos miembros, aunque producidas sus respectivas aportaciones por un único Matt Pence, Centro-Matic y South San Gabriel pueden mostrarse tan diversos como las dos caras de un dólar de plata: afines a la americana con guiños pop los primeros, más dados a la languidez gótico-sureña los segundos. Idea de distorsión versus slide guitar que ya nadie podrá ignorar a uno u otro lado del charco atlántico (Johnson al Austin Sound: “[Con este disco] quiero que la gente comprenda las fuerzas de las que se nutre cada proyecto”). Menos aún si a los resultados nos atenemos: cual Wilco de bar de carretera, Centro-Matic bordan himnos eléctricos y sabiamente embrutecidos mientras, algo más allá, en un apartado para clientes faulknerianos, South San Gabriel esgrimen la acústica y desempolvan los violines de cara a susurrar los amores y los adioses, los ángeles y los demonios, los recuerdos y las derrotas que se esconden en no pocas encrucijadas del estado de la estrella solitaria.
(Esta reseña ha aparecido en el número de mayo de Go Mag)
Permite la anterior recreación, por cierto, explicar las prolíficas maneras lo mismo que sugerir las muy personales temáticas del amigo Johnson, firmante único de los veintitrés temas que aquí se reparten sus dos bandas de cabecera (amén de presentando discos en solitario, lo hemos encontrado también como parte de Undertow Orchestra). Aunque integradas ambas por idénticos miembros, aunque producidas sus respectivas aportaciones por un único Matt Pence, Centro-Matic y South San Gabriel pueden mostrarse tan diversos como las dos caras de un dólar de plata: afines a la americana con guiños pop los primeros, más dados a la languidez gótico-sureña los segundos. Idea de distorsión versus slide guitar que ya nadie podrá ignorar a uno u otro lado del charco atlántico (Johnson al Austin Sound: “[Con este disco] quiero que la gente comprenda las fuerzas de las que se nutre cada proyecto”). Menos aún si a los resultados nos atenemos: cual Wilco de bar de carretera, Centro-Matic bordan himnos eléctricos y sabiamente embrutecidos mientras, algo más allá, en un apartado para clientes faulknerianos, South San Gabriel esgrimen la acústica y desempolvan los violines de cara a susurrar los amores y los adioses, los ángeles y los demonios, los recuerdos y las derrotas que se esconden en no pocas encrucijadas del estado de la estrella solitaria.
(Esta reseña ha aparecido en el número de mayo de Go Mag)
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