Para ulular lastimeramente:
Su voluntad excesivamente amable, que la lleva a no querer indagar en aspectos tan cruciales como el modo en que se financió la operación (diversos viajes a Nueva York, semanas de estancia en la Gran Manzana, una tonelada de equipo...) o a pasar de puntillas sobre los motivos que conducen a la ruptura entre Philippe Petit y su mano derecha, Jean-Louis Blondeau. Y que la terrible sombra del 11-S se cierna de forma inevitable sobre una fábula sencillamente hermosa (las torres han caído y los tiempos han cambiado: hoy, Petit hubiera sido masacrado a balazos por el NYPD antes de llegar a pulsar el botón 82 del ascensor).
Para aullar efusivamente:
Su estética naif. Que haya costado cuatro euros y eso ni se note ni importe en lo más mínimo. El histrionismo de un Petit encantado de conocerse a sí mismo y aún más de poder contarse a los demás. La humana singularidad de todos y cada uno de los personajes secundarios, dignos de una heist movie de los años 1970. Por encima de todo (un encima de todo a 417 metros de altura), que logre emocionar con un final que conocemos con sólo echar un vistazo a la carátula (o a la fotografía que preside estas líneas, vamos).
El juicio crepuscular:
En su primera visita a Nueva York, allá por el año 1994, este ladrador crepuscular observó las Twin Towers desde lo alto del Empire State Building y se dijo: "en el próximo viaje". Para entonces, casi una década más tarde, el WTC se había convertido en una muesca monstruosa al otro lado de una reja decorada con ramos de flores, fotografías fúnebres y banderitas al viento. Las torres nunca se me antojaron estéticamente amables y hoy son sinónimo de lenguas de queroseno ardiente y muerte en masa. Pero quizá la segunda objeción que le he ululado a este documental resulte equivocada. Quizá el sueño hecho realidad de Philippe Petit, su plasmación en celuloide, pueda aportar alguna forma de contraste a la tragedia. Quizá.
Su voluntad excesivamente amable, que la lleva a no querer indagar en aspectos tan cruciales como el modo en que se financió la operación (diversos viajes a Nueva York, semanas de estancia en la Gran Manzana, una tonelada de equipo...) o a pasar de puntillas sobre los motivos que conducen a la ruptura entre Philippe Petit y su mano derecha, Jean-Louis Blondeau. Y que la terrible sombra del 11-S se cierna de forma inevitable sobre una fábula sencillamente hermosa (las torres han caído y los tiempos han cambiado: hoy, Petit hubiera sido masacrado a balazos por el NYPD antes de llegar a pulsar el botón 82 del ascensor).
Para aullar efusivamente:
Su estética naif. Que haya costado cuatro euros y eso ni se note ni importe en lo más mínimo. El histrionismo de un Petit encantado de conocerse a sí mismo y aún más de poder contarse a los demás. La humana singularidad de todos y cada uno de los personajes secundarios, dignos de una heist movie de los años 1970. Por encima de todo (un encima de todo a 417 metros de altura), que logre emocionar con un final que conocemos con sólo echar un vistazo a la carátula (o a la fotografía que preside estas líneas, vamos).
El juicio crepuscular:
En su primera visita a Nueva York, allá por el año 1994, este ladrador crepuscular observó las Twin Towers desde lo alto del Empire State Building y se dijo: "en el próximo viaje". Para entonces, casi una década más tarde, el WTC se había convertido en una muesca monstruosa al otro lado de una reja decorada con ramos de flores, fotografías fúnebres y banderitas al viento. Las torres nunca se me antojaron estéticamente amables y hoy son sinónimo de lenguas de queroseno ardiente y muerte en masa. Pero quizá la segunda objeción que le he ululado a este documental resulte equivocada. Quizá el sueño hecho realidad de Philippe Petit, su plasmación en celuloide, pueda aportar alguna forma de contraste a la tragedia. Quizá.
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