Para ulular lastimeramente:
Su secuencia final, no en cuanto a contenido y sí por un tratamiento semi-heroico que súbita e ilógicamente desactiva la carga trágica de la historia; esto es, el drama de un hombre que ha aprendido a amar la guerra y, por tanto, no sabe ya vivir en paz. De modo paralelo, la posibilidad de que sus magníficas secuencias de acción se merienden cualquier conato de reflexión.
Para aullar efusivamente:
Todas y cada una de las escenas con bomba, dirigidas con pulso de cirujano, milimétricas a la hora de provocar un estallido de adrenalina tras otro en el espectador. Su voluntad verista pero jamás evidente (a diferencia de DePalma, Bigelow no necesita simular la grabación de una cámara de seguridad para que nos creamos lo que estamos viendo). Que no se complique la existencia explicando una guerra que en cualquier momento carecerá ya por completo de explicación. Una fotografía que bebe de las grandes películas bélicas de los últimos treinta años y aún así conserva su propia personalidad. Los tres cameos, por más que el de David Morse resulte medio minuto demasiado largo. Y, last but not least, la sutílisima interpretación de Jeremy Renner: lo hace todo tan sencillo que por narices tiene que haberle resultado dificilísimo.
El juicio crepuscular:
¿He oído la palabra "suspense", allá al fondo? Bien, pero aquí no sólo hablamos de cubos de palomitas que se acaban demasiado rápido y uñas mordidas a extremos de frenopático. The Hurt Locker es mucho más que eso: el cochecito de bebé que se precipita sin control por las escaleras de Odessa, la cortina de ducha que se abre violentamente para revelar el contraluz de un cuchillo asesino, los peces cuyos colores brillan en la rambla de blanco y negro por la que se pierde el chico de la motocicleta... Un espectáculo de primer orden. Todo emoción, puro cine. Un clásico instantáneo.
Su secuencia final, no en cuanto a contenido y sí por un tratamiento semi-heroico que súbita e ilógicamente desactiva la carga trágica de la historia; esto es, el drama de un hombre que ha aprendido a amar la guerra y, por tanto, no sabe ya vivir en paz. De modo paralelo, la posibilidad de que sus magníficas secuencias de acción se merienden cualquier conato de reflexión.
Para aullar efusivamente:
Todas y cada una de las escenas con bomba, dirigidas con pulso de cirujano, milimétricas a la hora de provocar un estallido de adrenalina tras otro en el espectador. Su voluntad verista pero jamás evidente (a diferencia de DePalma, Bigelow no necesita simular la grabación de una cámara de seguridad para que nos creamos lo que estamos viendo). Que no se complique la existencia explicando una guerra que en cualquier momento carecerá ya por completo de explicación. Una fotografía que bebe de las grandes películas bélicas de los últimos treinta años y aún así conserva su propia personalidad. Los tres cameos, por más que el de David Morse resulte medio minuto demasiado largo. Y, last but not least, la sutílisima interpretación de Jeremy Renner: lo hace todo tan sencillo que por narices tiene que haberle resultado dificilísimo.
El juicio crepuscular:
¿He oído la palabra "suspense", allá al fondo? Bien, pero aquí no sólo hablamos de cubos de palomitas que se acaban demasiado rápido y uñas mordidas a extremos de frenopático. The Hurt Locker es mucho más que eso: el cochecito de bebé que se precipita sin control por las escaleras de Odessa, la cortina de ducha que se abre violentamente para revelar el contraluz de un cuchillo asesino, los peces cuyos colores brillan en la rambla de blanco y negro por la que se pierde el chico de la motocicleta... Un espectáculo de primer orden. Todo emoción, puro cine. Un clásico instantáneo.
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