lunes, julio 11, 2005

DEP

Fernando María Fernández-Escalante
1 de septiembre de 1920
10 de julio de 2005


Ha muerto en Buenos Aires a la muy respetable edad de 85 años, víctima de un edema pulmonar que degeneró en una hemorragia intestinal masiva. Apodado inicialmente “el gallego” por haber sido enviado de pequeño a casa de unas tías solteronas en el norte peninsular (donde, por cierto, reza la leyenda familiar, se las arregló para rozar el fusilamiento en los prolegómenos de la Guerra Civil), su carrera en Cancillería le granjeó motes mucho más honorables, entre ellos, principalmente, el de “Señor Embajador”. Mis primos porteños le trataban de “abuelo-museo” a raíz de las muestras de arte hindú que llenaban su apartamento de la calle Carlos Pellegrini, obras que había cosechado en sus años de diplomática labor en Nueva Delhi (donde, reza nuevamente la leyenda familiar, fue gran amigo de la difunta Indira Gandhi). Desarrolló, además, una larga carrera como docente de la Universidad Católica Argentina, y por lo menos un par de manuales sobre el mundo de las relaciones públicas llevan su firma. Le sobreviven su esposa Elena, su ex esposa María Teresa, su hermana Mecha, sus hijos Susana, Beatriz, Fernando y Germán, amén de numerosos nietos y hasta un bisnieto.

Decir que apenas conocí a mi abuelo bordea peligrosamente el terreno de la obviedad. A diferencia de con el bueno de Jure, eso sí, pude al menos coincidir con él en varias ocasiones. Le intuí un hombre recto, quizá demasiado; yo, me temo, debí resultarle por lo general ininteligible. Algunos episodios merecen su relato. A él le debo, por ejemplo, una de mis primeras cintas de hard rock, ese Led Zeppelín I comprado al vuelo en la escala de algún aeropuerto germano, camino de una de sus (cada vez más escasas) visitas a la familia de ultramar. Aunque bastante más memorable, por íntima, fue nuestra reunión bonaerense durante la Rural de 1991, cuando me paseó por la feria e invitó a un señor bife de chorizo para aclararme el asunto de sus “simpatías” por el Generalísimo, al que había conocido con motivo de sus desempeños diplomáticos en la España de la década de 1940. En tiempos recientes, mis no muy numerosos mails fueron contestados con la proverbial y distante elegancia marca de la casa. Sea como fuere, era mi abuelo.

Descanse en paz.

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