Esta es la historia de tres periodistas estadounidenses que un buen día recibieron una importante llamada telefónica. Al otro lado de la línea, cierto pez gordo de la administración Bush, (posiblemente, Karl Rove -véase el ladrido Un chivato muy pazguato) ansioso por participarles que Valerie Plame, esposa del diplomático Joseph C. Wilson IV, ejercía de agente secreto para la CIA. El primer periodista, Robert Novak, publicó en una de sus columnas la “noticia” (enfatícese la lectura del término entrecomillado para poner en duda su idoneidad semántica, sobre la que este ladrador crepuscular no se halla particularmente convencido). Por las mismas fechas, el segundo, Matthew Cooper, escribió un artículo para la revista Time donde aclaraba que la revelación bien podía formar parte de una venganza de la Casa Blanca contra Wilson, quien había puesto en duda las razones que condujeron a la invasión de Irak. La tercera, Judith Miller, del The New York Times, jamás redactó texto alguno al respecto.
Bien, publicitar la identidad de un agente secreto en el país de las barras y estrellas es un delito federal que puede llegar a ser castigado con diez años de cárcel. Y he aquí que un juez, el honorable Thomas F. Hogan, comenzó a investigar el caso. Pero, curiosamente, el magistrado jamás citó al periodista número uno. El número dos fue llamado a testificar y, al no negarse a identificar a su fuente (aunque en ningún momento procediera a identificarla), salió también de rositas. La número tres, finalmente, ha acabado en el Alexandria Detention Center del estado de Virginia a causa de la siguiente declaración de principios: “Si no se puede confiar en que el periodista mantenga la confidencialidad [de sus fuentes], entonces el periodista no puede cumplir con su función y no puede existir una prensa libre. (…) no puedo romper mi palabra para evitar ir a la cárcel. El derecho a la desobediencia civil basado en la conciencia de uno es fundamental dentro de nuestro sistema.”
Los rumores apuntan a que el periodista número dos cuenta con un documento legal por el que su fuente le exonera de cumplir el pacto de confidencialidad. Dicho documento no se ha hecho extensivo a Judith Miller, quizá porque fue en su periódico donde Wilson manifestó sus reticencias a la guerra. Sucede, pues, que la parte menos “beneficiada” de esta historia es la misma que ha preferido ir a la cárcel antes que renunciar a sus principios. Una actitud que el juez Hogan definió así: ”Es como el niño que dice: voy a coger esa galleta de chocolate y a comérmela, no me importa [lo que me hagáis]”.
Bien, publicitar la identidad de un agente secreto en el país de las barras y estrellas es un delito federal que puede llegar a ser castigado con diez años de cárcel. Y he aquí que un juez, el honorable Thomas F. Hogan, comenzó a investigar el caso. Pero, curiosamente, el magistrado jamás citó al periodista número uno. El número dos fue llamado a testificar y, al no negarse a identificar a su fuente (aunque en ningún momento procediera a identificarla), salió también de rositas. La número tres, finalmente, ha acabado en el Alexandria Detention Center del estado de Virginia a causa de la siguiente declaración de principios: “Si no se puede confiar en que el periodista mantenga la confidencialidad [de sus fuentes], entonces el periodista no puede cumplir con su función y no puede existir una prensa libre. (…) no puedo romper mi palabra para evitar ir a la cárcel. El derecho a la desobediencia civil basado en la conciencia de uno es fundamental dentro de nuestro sistema.”
Los rumores apuntan a que el periodista número dos cuenta con un documento legal por el que su fuente le exonera de cumplir el pacto de confidencialidad. Dicho documento no se ha hecho extensivo a Judith Miller, quizá porque fue en su periódico donde Wilson manifestó sus reticencias a la guerra. Sucede, pues, que la parte menos “beneficiada” de esta historia es la misma que ha preferido ir a la cárcel antes que renunciar a sus principios. Una actitud que el juez Hogan definió así: ”Es como el niño que dice: voy a coger esa galleta de chocolate y a comérmela, no me importa [lo que me hagáis]”.
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