Hay que ser un genio o tener mucha suerte para que un epílogo altere dramáticamente lo sentado en los tres actos precedentes; de hecho, el espectador rara vez recibirá con amabilidad un cambio tan pronunciado, y poco importa que ese capítulo final se vaya, como en este caso, a los noventa minutos de duración. Se acabó la serie y buena señal del peso psicológico que ha acabado sumando fue el hecho de que el ganador de este postrero doble round se quedara en el campo a la conclusión del partido, celebrando como si de un título se tratara su pase a la final. De igual modo, los discursos ya establecidos en cada equipo tuvieron tanto peso como el juego desarrollado (en esta ocasión, a ratos, a la altura de las circunstancias): los unos encontraron su razón de ser amasando la pelota hasta volverla indigesta y los otros se marcharon maldiciendo a voz en grito la labor arbitral. Por partes, pues...
Medio tiempo le aguantaron al Barça las piernas. Cierto es que tardó en superar la primera línea de presión, pero una vez lo consiguió se iba a plantar hasta siete veces en el área rival, fase en la que algún exceso en la conducción de Messi y la escasa maldad de Villa y del propio 10 en la definición sirvieron para colocar nuevos ladrillos en el pedestal de San Casillas. Pero los de casa tardaron demasiado en regresar del descanso y en la reanudación se los notó fríos, desconectados, iluminados puntualmente por un gol que definía no pocas de sus virtudes (pase clarividente de Iniesta y Pedro que controla con la diestra para remachar duro y al ángulo con la siniestra), retratados a continuación en el tanto del empate (una triangulación en corto y de espaldas que Xabi Alonso supo leer, interceptar y descargar sobre Di María, quien respondió con un regate de lujo, un zambombazo al poste y, tras el rebote, un pseudo-pase de la muerte a Marcelo) y sostenidos hasta el final por su actitud defensiva, ésa que comienza con la presión de Pedro y Messi, y que culmina con el desmelene de Puyol, el sentido táctico de Mascherano y los cortes al filo de Piqué-piernas-largas. Suyas fueron las ocasiones de gol y suya fue la retórica: con todo ello en la balanza se ganaron los de Guardiola el billete para Wembley.
En el otro lado de la vida, el Madrid no acabó de ser el Madrid. Pero se acercó, motivo suficiente para que nos preguntemos qué hubiera sido de esta eliminatoria si desde un principio la hubiera disputado con cuatro o cinco jugadores en terreno enemigo. La alineación del dúo Karanka-Mourinho rozaba el 4-2-4, planteamiento arriesgado que triunfó por momentos gracias al desgaste de Lass y Xabi, que en otros se vino abajo por su inferioridad numérica en la medular, y que en definitiva condujo al único tanto blanco en los 180 minutos de eliminatoria: no es lo mismo robar el balón en campo propio que en los tres cuartos ajenos. Las malas noticias, una vez más, vinieron dadas por el desencuentro Higuaín-Ronaldo, por una muy pobre estadística ofensiva (apenas tres disparos a puerta: los dos de la jugada del gol y el de la acción polémica del partido) y por un acceso de arbitritis cuando el 1-1 y los 27 minutos que restaban invitaban a centrarse en la remontada. Que un tipo generalmente centrado como Casillas cayera en la trampa y protestara faltas bastante claras aludiendo con gestos a la jeta del mundo mundial (es lo que tienen las conspiraciones: son todos contra uno) resulta bastante indicativo del daño que el discurso victimista de Mourinho ha hecho en el vestuario de Chamartín.
Instante en que todas las miradas se dirigen hacia el de amarillo, por más que Frank de Bleeckere intentara pasar desapercibido. Unos le recriminarán que hiciera lo imposible por no expulsar a Carvalho (la primera amarilla fue algo rigurosa; no así las siguientes dos o tres de que se hizo merecedor); los otros lanzarán espumarajos durante años recordando la jugada que anuló y que acabó con gol de Higuaín. A diferencia de la expulsión de Pepe, aquí sí se trató de una acción determinante (se puede ganar e incluso remontar con diez, pero es condición sine qua non por lo menos intentarlo). Y, en efecto, la decisión es discutible: considera que no hay falta de Piqué (a mi juicio en efecto no la hay, aunque sin duda otros la hubieran pitado) y que por tanto existe voluntariedad de Ronaldo en la consiguiente caída de Mascherano. Lo dicho: se puede discutir al respecto. Pero mal irá el Madrid si insiste en considerar que la labor arbitral ha sido la única causa de su eliminación; con más juego y menos obsesión, la segunda parte de esta noche hubiera sido suya. Y flor de epílogo que hubiera tenido la cosa.
Medio tiempo le aguantaron al Barça las piernas. Cierto es que tardó en superar la primera línea de presión, pero una vez lo consiguió se iba a plantar hasta siete veces en el área rival, fase en la que algún exceso en la conducción de Messi y la escasa maldad de Villa y del propio 10 en la definición sirvieron para colocar nuevos ladrillos en el pedestal de San Casillas. Pero los de casa tardaron demasiado en regresar del descanso y en la reanudación se los notó fríos, desconectados, iluminados puntualmente por un gol que definía no pocas de sus virtudes (pase clarividente de Iniesta y Pedro que controla con la diestra para remachar duro y al ángulo con la siniestra), retratados a continuación en el tanto del empate (una triangulación en corto y de espaldas que Xabi Alonso supo leer, interceptar y descargar sobre Di María, quien respondió con un regate de lujo, un zambombazo al poste y, tras el rebote, un pseudo-pase de la muerte a Marcelo) y sostenidos hasta el final por su actitud defensiva, ésa que comienza con la presión de Pedro y Messi, y que culmina con el desmelene de Puyol, el sentido táctico de Mascherano y los cortes al filo de Piqué-piernas-largas. Suyas fueron las ocasiones de gol y suya fue la retórica: con todo ello en la balanza se ganaron los de Guardiola el billete para Wembley.
En el otro lado de la vida, el Madrid no acabó de ser el Madrid. Pero se acercó, motivo suficiente para que nos preguntemos qué hubiera sido de esta eliminatoria si desde un principio la hubiera disputado con cuatro o cinco jugadores en terreno enemigo. La alineación del dúo Karanka-Mourinho rozaba el 4-2-4, planteamiento arriesgado que triunfó por momentos gracias al desgaste de Lass y Xabi, que en otros se vino abajo por su inferioridad numérica en la medular, y que en definitiva condujo al único tanto blanco en los 180 minutos de eliminatoria: no es lo mismo robar el balón en campo propio que en los tres cuartos ajenos. Las malas noticias, una vez más, vinieron dadas por el desencuentro Higuaín-Ronaldo, por una muy pobre estadística ofensiva (apenas tres disparos a puerta: los dos de la jugada del gol y el de la acción polémica del partido) y por un acceso de arbitritis cuando el 1-1 y los 27 minutos que restaban invitaban a centrarse en la remontada. Que un tipo generalmente centrado como Casillas cayera en la trampa y protestara faltas bastante claras aludiendo con gestos a la jeta del mundo mundial (es lo que tienen las conspiraciones: son todos contra uno) resulta bastante indicativo del daño que el discurso victimista de Mourinho ha hecho en el vestuario de Chamartín.
Instante en que todas las miradas se dirigen hacia el de amarillo, por más que Frank de Bleeckere intentara pasar desapercibido. Unos le recriminarán que hiciera lo imposible por no expulsar a Carvalho (la primera amarilla fue algo rigurosa; no así las siguientes dos o tres de que se hizo merecedor); los otros lanzarán espumarajos durante años recordando la jugada que anuló y que acabó con gol de Higuaín. A diferencia de la expulsión de Pepe, aquí sí se trató de una acción determinante (se puede ganar e incluso remontar con diez, pero es condición sine qua non por lo menos intentarlo). Y, en efecto, la decisión es discutible: considera que no hay falta de Piqué (a mi juicio en efecto no la hay, aunque sin duda otros la hubieran pitado) y que por tanto existe voluntariedad de Ronaldo en la consiguiente caída de Mascherano. Lo dicho: se puede discutir al respecto. Pero mal irá el Madrid si insiste en considerar que la labor arbitral ha sido la única causa de su eliminación; con más juego y menos obsesión, la segunda parte de esta noche hubiera sido suya. Y flor de epílogo que hubiera tenido la cosa.
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