Nos revela Wikipedia que la leyenda del suicidio en masa de los leminos se sustenta en una sola prueba visual: un documental de Disney fechado en 1959, galardonado con el Oscar y donde parece que fueron los propios realizadores quienes orquestaron el comunitario salto a la gloria de la marabunta roedora. La metáfora, no obstante, sigue resultando válida para la mayoría de relatos de esta breve, jugosa recopilación: aquéllos en los que el autor vuelve la vista atrás para dirigirla hacia su juventud en el barrio de Boedo, días afines al primer amor y la segunda decepción, que transcurren al son de los discos de Led Zep, entre amigos que lenta pero certeramente van cayendo en la droga y otras formas de autodestrucción, enfrentamientos entre patotas rivales incluidos. Hay épica juvenil y lírica adulta en el retrato, tal y como funcionan a la perfección los juguetones registros coloquiales de los distintos personajes. Pero, más allá del testimonio generacional, insistimos que brillante pero varias veces leído (imposible no emparentar a su Máximo Disfrute con el pícaro casavelliano de Los juegos feroces, por ejemplo), Casas se trae otro souvenir de su juventud: la prestidigitación del potrero, esa gambeta que amaga por aquí para salir algo más allá, derrotando tanto la expectativa como el sentido común, y que nos lleva a ponernos en pie para, entre asombrados y entusiasmados, aplaudir a rabiar ante piezas como La mortificación ordinaria o El relator.
(Esta reseña ha aparecido en el número de mayo de Go Mag.)
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