1. El 15M antes del 27M
No es casual que el movimiento cobrara fuerza (y nombre) una semana antes de las elecciones. De modo paralelamente inverso, estaba escrito que iba a comenzar a desinflarse tras ellas. Muchos se estaban preguntando qué hacer; sobre todo, hasta cuándo. ¿No se había sugerido, incluso, el domingo 29 como fecha para una posible desmovilización?
2. La versión oficial
No hay que remontarse demasiado en el tiempo para comprobar cuán fácil resulta trasladar el escenario de una celebración futbolística: tras los incidentes derivados del último Barça-Madrid en las Ramblas, el Ayuntamiento recondujo los festejos por el título de liga a la Plaça Catalunya (apenas cien metros al Oeste). Tal y como se decidió instalar la pantalla gigante para seguir la final en Arc del Triomf, se podría haber realizado un llamamiento para que una hipotética victoria azulgrana mañana fuera celebrada en el Paseo Lluís Companys. Entendemos que el tema deportivo ha sido poco más que una excusa y no nos extenderemos en desmontar la teoría según la cual el encuentro entre la masa balompédica y la acampada indignada podría haber degenerado en disturbios violentos.
3. Los Mossos y las manos alzadas
Cabe reconocerle, al 15M, su responsabilidad a la hora de evitar incidentes durante más de diez días de masiva concentración. Cabe afearle, en cambio, una vez más, su ingenuidad. Es ley de vida que, si te plantas delante de un antidisturbios, recibes porrazo. Seas culpable o inocente, seas hombre o mujer, tengas 17 o 71 años. En este tipo de circunstancias, la policía reprime. Lo ha hecho siempre. Y no atenderá a ruegos ni lágrimas. Las imágenes de la sentada con que se pretendía impedir la salida de los vehículos de limpieza, con los Mossos golpeando a diestro y siniestro, con los acampados fluctuando entre la sorpresa (aún más) indignada y algún arrebato de amor propio, me hacen sentir vergüenza ajena. No por los Mossos, de quienes no espero nada. Sí por quienes los envían y por quienes se sorprenden ante su violencia. Protestemos, pero no seamos pipiolos.
4. El 15M tras el 27M
Se han convocado protestas para esta misma tarde, a partir de las 19:00 horas. La represión, retransmitida por alguna que otra televisión pero sobre todo popularizada a través de YouTube y las redes sociales, servirá al menos para alimentar esas nuevas manifestaciones y, quizá, acampadas. Pero no es descartable que contribuya también a radicalizarlas. Y esto último sería una mala noticia: si un partido de fútbol sirve para justificar lo de esta mañana, ¿qué no se permitirá la clase política a fin de anular cualquier alteración real del orden? El 15M debería actuar como si este 27M no hubiera pasado, pero sabiendo que ha pasado.
5. De Hereu a Trias, de Chacón a Rubalcaba
Superados por un mensaje que sólo les interesó en clave de votos (y del que, por tanto, apenas extrajeron réditos), los políticos siguen a la suya. La calle pedía más democracia y el PSOE, a través del matonismo interno, niega un proceso tan democrático como es el de unas primarias. Mientras tanto, Hereu acepta limpiarle la ciudad al partido que lo ninguneó y a su gran rival, cierra con una mancha notable un trayecto como alcalde no especialmente memorable. La brecha sigue creciendo y queda claro que sólo una mejora de la situación económica (inimaginable a corto-medio plazo) contribuirá a disimularla.
No es casual que el movimiento cobrara fuerza (y nombre) una semana antes de las elecciones. De modo paralelamente inverso, estaba escrito que iba a comenzar a desinflarse tras ellas. Muchos se estaban preguntando qué hacer; sobre todo, hasta cuándo. ¿No se había sugerido, incluso, el domingo 29 como fecha para una posible desmovilización?
2. La versión oficial
No hay que remontarse demasiado en el tiempo para comprobar cuán fácil resulta trasladar el escenario de una celebración futbolística: tras los incidentes derivados del último Barça-Madrid en las Ramblas, el Ayuntamiento recondujo los festejos por el título de liga a la Plaça Catalunya (apenas cien metros al Oeste). Tal y como se decidió instalar la pantalla gigante para seguir la final en Arc del Triomf, se podría haber realizado un llamamiento para que una hipotética victoria azulgrana mañana fuera celebrada en el Paseo Lluís Companys. Entendemos que el tema deportivo ha sido poco más que una excusa y no nos extenderemos en desmontar la teoría según la cual el encuentro entre la masa balompédica y la acampada indignada podría haber degenerado en disturbios violentos.
3. Los Mossos y las manos alzadas
Cabe reconocerle, al 15M, su responsabilidad a la hora de evitar incidentes durante más de diez días de masiva concentración. Cabe afearle, en cambio, una vez más, su ingenuidad. Es ley de vida que, si te plantas delante de un antidisturbios, recibes porrazo. Seas culpable o inocente, seas hombre o mujer, tengas 17 o 71 años. En este tipo de circunstancias, la policía reprime. Lo ha hecho siempre. Y no atenderá a ruegos ni lágrimas. Las imágenes de la sentada con que se pretendía impedir la salida de los vehículos de limpieza, con los Mossos golpeando a diestro y siniestro, con los acampados fluctuando entre la sorpresa (aún más) indignada y algún arrebato de amor propio, me hacen sentir vergüenza ajena. No por los Mossos, de quienes no espero nada. Sí por quienes los envían y por quienes se sorprenden ante su violencia. Protestemos, pero no seamos pipiolos.
4. El 15M tras el 27M
Se han convocado protestas para esta misma tarde, a partir de las 19:00 horas. La represión, retransmitida por alguna que otra televisión pero sobre todo popularizada a través de YouTube y las redes sociales, servirá al menos para alimentar esas nuevas manifestaciones y, quizá, acampadas. Pero no es descartable que contribuya también a radicalizarlas. Y esto último sería una mala noticia: si un partido de fútbol sirve para justificar lo de esta mañana, ¿qué no se permitirá la clase política a fin de anular cualquier alteración real del orden? El 15M debería actuar como si este 27M no hubiera pasado, pero sabiendo que ha pasado.
5. De Hereu a Trias, de Chacón a Rubalcaba
Superados por un mensaje que sólo les interesó en clave de votos (y del que, por tanto, apenas extrajeron réditos), los políticos siguen a la suya. La calle pedía más democracia y el PSOE, a través del matonismo interno, niega un proceso tan democrático como es el de unas primarias. Mientras tanto, Hereu acepta limpiarle la ciudad al partido que lo ninguneó y a su gran rival, cierra con una mancha notable un trayecto como alcalde no especialmente memorable. La brecha sigue creciendo y queda claro que sólo una mejora de la situación económica (inimaginable a corto-medio plazo) contribuirá a disimularla.
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