martes, febrero 06, 2007

The Decemberists - "The Crane Wife"

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El campesino caminaba contra el sol poniente, aterido, cuando sus ojos fueron a dar con una grulla herida, el ala sangrienta atravesada por una flecha. El campesino recogió al animal, lo curó bajo la luz de la luna, observó cómo se alejaba volando. El campesino, días después, abrió la puerta de su humilde choza para dar con una hermosa mujer dispuesta a convertirse en su esposa. El campesino era feliz pero la pobreza acechaba, y fue así que ella se ofreció a coser piezas de ropa que él pudiera vender en el mercado. El campesino, a cambio, jamás debía girarse a observarla mientras ella trabajara. El campesino, no obstante, cayó víctima del demonio de la curiosidad, se volvió y sus ojos toparon con una grulla que extraía plumas de su propio cuerpo para confeccionar los vestidos. Y la grulla voló. Y el campesino nunca volvió a verlas, a ella o a su esposa.

(Hasta aquí, la leyenda japonesa que excitó la imaginación de Colin Melloy a la hora de realizar este The Crane Wife.)

(A continuación, los demás frutos de la imaginación excitada de Colin Melloy…)

Una violación y una venganza, el diálogo entre un soldado muerto en la guerra civil norteamericana y su esposa embarazada (con voz de Laura Veirs), un Romeo y su Julieta en versión bandas callejeras, el robo perfecto que acaba resultando no tan ideal, el advenimiento de la segunda guerra mundial cuando uno es un botánico residente en Leningrado, una banda de asesinos protestantes en Irlanda…

Cuentos de amor y muerte, todos ellos, con los que The Decemberists renuevan la presidencia de honor del Club de las Bandas Literarias mientras, en lo estrictamente musical, efectúan un salto con doble tirabuzón la mar de consecuente en quien debuta con una multinacional (Melloy a Pitchfork: “Capitol tiene una faceta experimental, no en vano fue la discográfica de Pink Floyd y Radiohead”).

Así, con Tucker Martine y Chris “el indie es una ubicuidad” Walla en las labores de producción, los de diciembre facturan un tema de rock progresivo que sobrepasa los doce minutos (The island…), flirtean con Led Zep (When the war came), se apuntan a la nana folk (Shankill butchers) y, pese a lo mal visto de todas esas opciones, álbum pseudo-conceptual incluido, acaban redondeando un trabajo jugoso y gozoso, variado y hermoso, paralelo a las Murder Ballads de Nick Cave y al Black Love de Afghan Whigs pero que inesperadamente les sienta como anillo al dedo (algo en verdad tan inaudito como el que uno se despose con una grulla nipona).

(Esta reseña ha aparecido en el número de febrero de Go Mag)

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