Sucede así:
Corre 2027. El mundo tal y como lo conocemos se ha ido a pique, víctima de nuestros propios desmanes (estallido nuclear en Nueva York incluido) y de un plus de origen tan ignoto como definitivo es su carácter: desde hace dos décadas no hay mujer que logre quedar embarazada. Por razones básicamente relacionadas con la nacionalidad de la autora de la novela original, P.D. James, Inglaterra se ha convertido en el único país más o menos habitable del globo, lo que la lleva a ser tomada al asalto por millares de inmigrantes sedientos de té y hambrientos de galletitas de mantequilla. Hecho que, a su vez, ha conducido al país a un régimen de corte fascistoide, afín a las alambradas, los campos de concentración y, claro está, la aparición de bandas terroristo-revolucionarias de las que consideran que un buen fin justifica un montón de malos medios.
Uno de esos grupos de iluminados, conocido como The Fishes, contacta con el muy nihilista y bastante castigado Theo Faron (Clive Owen) a fin de que, sirviéndose de sus contactos en el Gobierno, consiga un permiso de viaje para Kee (Claire-Hope Ashitei), una inmigrante africana que, oh sorpresa, se halla en estado de buena esperanza.
Varias persecuciones más tarde, sobre la media hora final de película…
Theo y Kee han llegado por fin a Bexhill-on-Sea, en cuyas aguas debería tener lugar el encuentro con el barco de The Human Project, la organización científica que lucha por erradicar la infertilidad en vez de servirse de ella para atolondrar y controlar a la población. Momento en el que estalla tremenda batalla campal con dos docenas de Fishes en el rincón izquierdo, medio ejército británico en el derecho y, entre unos y otros, centenares de inmigrantes con cara de carne de cañón. El caso es que la pareja protagonista acaba en el edificio donde dan sus últimos coletazos los resistentes, y todo apunta a que el fuego cruzado los finiquitará cuando…
…el bebé que Kee alumbrara la noche anterior comienza a llorar. Y el mundo se detiene. Los inmigrantes abandonan lentamente sus escondites para testimoniar el milagro, por más que ello pueda acelerar decididamente su muerte. Incluso los soldados que están tomando el lugar al asalto caen víctimas de la ilusión; bajan las armas y escoltan en posición de firmes el descenso de Kee, Theo y el bebé por las escaleras. Los disparos han cesado. Todo lo que se oye, todo lo que los primeros y los segundos y los terceros quieren escuchar es el llanto de ese bebé.
Y algo debe de haber hecho bien Alfonso Cuarón durante la película... Porque, pese a lo sentimentalista de la idea, pese a su exagerado paralelismo cristiano, esa secuencia casi-final fue uno de los episodios fílmicos preferidos de este ladrador crepuscular el pasado 2006…
Corre 2027. El mundo tal y como lo conocemos se ha ido a pique, víctima de nuestros propios desmanes (estallido nuclear en Nueva York incluido) y de un plus de origen tan ignoto como definitivo es su carácter: desde hace dos décadas no hay mujer que logre quedar embarazada. Por razones básicamente relacionadas con la nacionalidad de la autora de la novela original, P.D. James, Inglaterra se ha convertido en el único país más o menos habitable del globo, lo que la lleva a ser tomada al asalto por millares de inmigrantes sedientos de té y hambrientos de galletitas de mantequilla. Hecho que, a su vez, ha conducido al país a un régimen de corte fascistoide, afín a las alambradas, los campos de concentración y, claro está, la aparición de bandas terroristo-revolucionarias de las que consideran que un buen fin justifica un montón de malos medios.
Uno de esos grupos de iluminados, conocido como The Fishes, contacta con el muy nihilista y bastante castigado Theo Faron (Clive Owen) a fin de que, sirviéndose de sus contactos en el Gobierno, consiga un permiso de viaje para Kee (Claire-Hope Ashitei), una inmigrante africana que, oh sorpresa, se halla en estado de buena esperanza.
Varias persecuciones más tarde, sobre la media hora final de película…
Theo y Kee han llegado por fin a Bexhill-on-Sea, en cuyas aguas debería tener lugar el encuentro con el barco de The Human Project, la organización científica que lucha por erradicar la infertilidad en vez de servirse de ella para atolondrar y controlar a la población. Momento en el que estalla tremenda batalla campal con dos docenas de Fishes en el rincón izquierdo, medio ejército británico en el derecho y, entre unos y otros, centenares de inmigrantes con cara de carne de cañón. El caso es que la pareja protagonista acaba en el edificio donde dan sus últimos coletazos los resistentes, y todo apunta a que el fuego cruzado los finiquitará cuando…
…el bebé que Kee alumbrara la noche anterior comienza a llorar. Y el mundo se detiene. Los inmigrantes abandonan lentamente sus escondites para testimoniar el milagro, por más que ello pueda acelerar decididamente su muerte. Incluso los soldados que están tomando el lugar al asalto caen víctimas de la ilusión; bajan las armas y escoltan en posición de firmes el descenso de Kee, Theo y el bebé por las escaleras. Los disparos han cesado. Todo lo que se oye, todo lo que los primeros y los segundos y los terceros quieren escuchar es el llanto de ese bebé.
Y algo debe de haber hecho bien Alfonso Cuarón durante la película... Porque, pese a lo sentimentalista de la idea, pese a su exagerado paralelismo cristiano, esa secuencia casi-final fue uno de los episodios fílmicos preferidos de este ladrador crepuscular el pasado 2006…
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