Tres historias y tres personajes. Se trata siempre del mismo, aunque seguramente no sea así: el niño cuyos lustrosos genitales son exhibidos en los baños públicos ante la atenta mirada de la madre; el escritor miembro de una comunidad sufí que sueña a su sheika afectada por una grave enfermedad; la adolescente, que en realidad es una mujer adulta, que más bien es un hombre, que se obsesiona con la adquisición de un viejo Renault 5. Tres mentiras autobiográficas y toda la realidad de Mario Bellatin…
Los de Mario Bellatin son sueños como está mandado: fragmentarios, contradictorios, tutelados por pulsiones primordiales que a la luz del día no dudaríamos en calificar de obscenas, quizá perversas. Los sueños de Mario Bellatin son como los de Luis Buñuel, quien no en vano logró conjugar lo prosaico y lo surrealista con México por escenario: aquellos que aspiran a la normalidad burguesa aparecen como sus primeras víctimas. Los sueños de Mario Bellatin se encarnan aquí en tres autobiografías marcadas por la marginalidad y la deformidad, por la religión y la obsesión hacia los animales de compañía. Elementos cuya recurrencia viene a amparar la pirueta final del autor, en efecto juez y parte, narrador y personaje, de todo lo leído con anterioridad. “Escribir solo por escribir”, tal es la voluntad presente de Bellatin. Experimentar a partir de la propia experiencia onírica. Lo cual se traduce en unos textos arbitrarios pero no gratuitos, algo más allá de la mera apostilla a su intenso universo creador pero algo menos acá de la obra con cara y ojos que era, por ejemplo, la anterior Damas chinas. No debería el no iniciado, por tanto, descartar de buenas a primeras El Gran Vidrio. Sí el lector habitual del mexicano, en cambio, asomarse a este terreno de vanguardia que dinamita géneros y certitudes en su travesía al fin de la noche. Sus tres espirales no le resultarán particularmente cómodas, pero es que a estas alturas de la partida ya deberíamos tener constancia de que realidad y monstruosidad son conceptos afines. Y de que, en definitiva, los sueños sueños no siempre son.
(Esta reseña ha aparecido en el número de verano de Qué Leer)
Los de Mario Bellatin son sueños como está mandado: fragmentarios, contradictorios, tutelados por pulsiones primordiales que a la luz del día no dudaríamos en calificar de obscenas, quizá perversas. Los sueños de Mario Bellatin son como los de Luis Buñuel, quien no en vano logró conjugar lo prosaico y lo surrealista con México por escenario: aquellos que aspiran a la normalidad burguesa aparecen como sus primeras víctimas. Los sueños de Mario Bellatin se encarnan aquí en tres autobiografías marcadas por la marginalidad y la deformidad, por la religión y la obsesión hacia los animales de compañía. Elementos cuya recurrencia viene a amparar la pirueta final del autor, en efecto juez y parte, narrador y personaje, de todo lo leído con anterioridad. “Escribir solo por escribir”, tal es la voluntad presente de Bellatin. Experimentar a partir de la propia experiencia onírica. Lo cual se traduce en unos textos arbitrarios pero no gratuitos, algo más allá de la mera apostilla a su intenso universo creador pero algo menos acá de la obra con cara y ojos que era, por ejemplo, la anterior Damas chinas. No debería el no iniciado, por tanto, descartar de buenas a primeras El Gran Vidrio. Sí el lector habitual del mexicano, en cambio, asomarse a este terreno de vanguardia que dinamita géneros y certitudes en su travesía al fin de la noche. Sus tres espirales no le resultarán particularmente cómodas, pero es que a estas alturas de la partida ya deberíamos tener constancia de que realidad y monstruosidad son conceptos afines. Y de que, en definitiva, los sueños sueños no siempre son.
(Esta reseña ha aparecido en el número de verano de Qué Leer)
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