Pertenece el chileno Alejandro Zambra (Santiago, 1975) a dos grandes tradiciones: la universal de los devoradores de letras y la sudamericana de quienes conciben lo romántico a modo de (breve) tregua entre dos melancolías. Porque ninguna de ambas militancias garantiza grandes originalidades cuando de regurgitarlas sobre una hoja en blanco se trata, el amigo ha ido a buscar su elemento distintivo en el terreno vegetal: si un Bonsái se convertía en sustitutivo de la compañía femenina en su ópera prima, ahora La vida privada de los árboles es el relato que el protagonista elabora para llamar al sueño a su hijastra noche tras noche. Noche tras noche hasta que, a lo largo de una de ellas, una cualquiera, la ausencia injustificada de su esposa lo lleva a redactar bajo idéntico lema, entendemos, las palabras de la novela que a la sazón tenemos entre manos.
Novela ésta concisa, de personajes cotidianos y argumentos no menos comunes y corrientes (similar en su punto de partida, por cierto, al reciente Tomorrow de Graham Swift), naíf pero entrañable, metaliteraria y preñada de homenajes, quizá menos conmovedora de lo que debiera pero, a fin de cuentas (y de adjetivos), seductora en sus botánicas maneras. Tiene voz Zambra, y tiene ritmo también. Corre el riesgo de que la gracia no le aguante demasiados rounds más, pero tampoco es de descartar que, bien regado como está por sus fuentes, crezca imperceptible pero rotundamente, lo mismo que la flora que le sirve de leitmotiv.
(Esta reseña ha aparecido en el número de verano de Go Mag)
Novela ésta concisa, de personajes cotidianos y argumentos no menos comunes y corrientes (similar en su punto de partida, por cierto, al reciente Tomorrow de Graham Swift), naíf pero entrañable, metaliteraria y preñada de homenajes, quizá menos conmovedora de lo que debiera pero, a fin de cuentas (y de adjetivos), seductora en sus botánicas maneras. Tiene voz Zambra, y tiene ritmo también. Corre el riesgo de que la gracia no le aguante demasiados rounds más, pero tampoco es de descartar que, bien regado como está por sus fuentes, crezca imperceptible pero rotundamente, lo mismo que la flora que le sirve de leitmotiv.
(Esta reseña ha aparecido en el número de verano de Go Mag)
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