Durante mucho tiempo, Brasil miró con recelo a sus porteros. ¿Cómo confiar en un tipo que prefiere quedarse bajo los palos, jugando con las manos, en vez de salir a facturar fugaces colas de vaca y elegantes sombreros? Pero los tiempos de tan lírica ingenuidad han llegado a su fin. Anoche, durante el Brasil-Argentina que cerraba
La de Dunga fue una selección canina: defendió a mordiscos y contraatacó en rabiosas galopadas. Como resultado, el pánico se adueñó de todos los sectores del campo albiceleste, con los de arriba recibiendo en lo físico y los de abajo encajando un golpe tras otro en lo moral. 34 faltas sumaron los amarillos en su ejercicio de exitoso cinismo. Y 34 veces intentaron Riquelme y Messi el mismo tipo de lanzamiento, picado al centro del área pequeña, para deleite de unos centrales brasileños elevados a la categoría de frontón. Señal del cortocircuito que se adueñó de las neuronas argentinas cuando se vieron superadas en una disciplina que creían dominar, por lo menos en lo que a Sudamérica respecta: el juego físico, a continuación subterráneo, finalmente sucio, muy sucio y feo y pesado.
Siguiendo los pasos de Italia en el Mundial, Brasil se hizo con
lunes, julio 16, 2007
Los perros de la Copa América
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