lunes, julio 09, 2007

Más allá del libro: Nuevos géneros en la red

(He aquí el segundo de los parlamentos, primero cronológicamente hablando, que realicé durante el Atlas Literario Español de Sevilla.)

Ante todo, creo hallarme en esta mesa redonda por el hecho de ser dueño de varios blogs, y de que uno de ellos haya germinado en una novela, maldeamores, que ahora mismo comienza a circular por los intestinos del mundillo editorial. Otro, ladridos crepusculares, tiene menos vocación literaria que de cajón de sastre fílmico, musical, político… Un tercero estaba dedicado al mundo del fútbol, etc.

En fin, que, al menos en lo que a los dos primeros respecta, dudo que se pueda hablar de un nuevo género. La novela por entregas difícilmente podría catalogarse de novedad, y mucho menos cabría adjudicarle tal etiqueta a los diarios personales, sean de corte autobiográfico o mera colección de notas. En ese sentido asistimos simplemente a un cambio de soporte, la página de periódico o revista y el dietario físico se vuelven entradas virtuales: no tengo la sensación de que el cambio de medio haya afectado a la forma. El mensaje aquí es maldeamores lo mismo que hace 170 años podía ser Los papeles del Club Pickwick.

Ahora bien, ¿qué puedo ofrecer a Seix Barral y a mis contertulios para justificar mi presencia en esta mesa?

Pues la sugerencia de que la red, las nuevas tecnologías, quizá estén motivando la aparición de nuevos géneros, pero que no necesariamente están cobijándolos.

Así, durante los últimos meses he encontrado varias obras en formato de libro que creo alumbradas a partir de las sinapsis neuronales propias de nuestro tiempo televisivo y cibernético antes que de cualquier otro. Permítanme poner algunos ejemplo:


El Nocilla Dream de Agustín Fernández Mallo como novela-zapping donde cada capítulo representa un cambio de canal y, por aquello del azar, en ocasiones los canales acaban coincidiendo geográfica o espiritualmente (lo único que la alejaría de la novela coral del siglo XX es la arbitrariedad con que el autor intercala en su zapeo los documentales científicos del Discovery Channel).

Harkaitz Cano y El filo de la hierba como novela-google: a partir de la búsqueda “Hitler + Chaplin”, el autor da con una serie de resultados afines que acaba fundiendo en uno solo para a continuación ofrecerlo a la interpretación (o la recreación) del lector/cibernauta.

(Por cierto que el que estos dos autores hayan surgido del terreno de la poesía nos debería abocar quizá a otra mesa redonda titulada “Lírica y semiótica tecnológica”, o algo por el estilo…)

Por último, La ofensa de Ricardo Menéndez Salmón como novela-extra de DVD: toda vez conocida la película (cualquiera de las muchas que han articulado su sinopsis en torno a los conceptos “horror nazi” y “pérdida de la inocencia”), rebusca en ella hasta dar con una anécdota que, presentada de forma necesariamente breve, satisfaga lo mismo por su corrección formal que por su carácter complementario respecto a las toneladas de material ya visto.

Son sólo tres ejemplos, mucho no se puede generalizar a partir de ellos. Y es posible que su gestación nada tuviera que ver con los elementos tecnológicos con los que los he relacionado. En tal caso, lo audiovisual y lo cibernético comienzan a hallarse tan ligados a nuestra circunstancia que hasta nos prestan herramientas de interpretación.

Quiero destacar, finalmente, una sensación que me produce cierta reciente narrativa española. Frente a las toneladas de posibles referentes, frente a una tradición precisamente voluminosa, varios de nuestros autores están optando por la brevedad, por un trayecto por la periferia de sus temas antes que por intentar explicar todo lo que existe entre el Alfa y el Omega. Tal es el miedo, entiendo, a volver a contar lo mismo ante unos lectores que ya conocen la historia a la perfección. Es por eso que La ofensa, El filo de la hierba, Nocilla Dream, La persona que fuimos o mi propio maldeamores parecen en ocasiones variaciones, quizá incluso apostillas a otra obra original. A fin de cuentas, ese libro original ya está escrito; algunos lo han leído y otros, los más, lo han visionado en su adaptación cinematográfica descargada de Internet. Quizá allí se encuentre el nuevo género que andábamos buscando: la Era de la Información nos ha liberado de la esclavitud de contarlo todo. Podemos picotear de aquí y de allá sin miedo a extraviar a nuestros lectores, podemos aparear la Nocilla y un árbol norteamericano, a Hitler y Chaplin sin necesidad de dar mayores explicaciones.

El género ha de ser, cada vez más, todo cuanto contenga la cabeza del autor.

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