
Nuevos vampiros viejos
El héroe casavelliano, fiel a sí mismo, se mueve. Alimentado de fabulaciones ajenas y alguna que otra mala idea propia, abandona la península a la carrera, flirtea con la picaresca al surcar las sucias callejas de Roma, bordea acantilados daneses, se suma a las turbas parisinas que construyen la igualdad a golpe de guillotina y acaba desembocando en las localidades balleneras del Nuevo Mundo para, cual reflejo invertido del cowboy crepuscular, dar la espalda al sol naciente y partir a la busca de un verano indio en las estepas del Oeste aún salvaje. Tránsito el suyo que el autor viste con un aluvión de sucesos y personajes históricos destinados a ser pasto de la interpretación y el relativismo: hay, a menudo, más verdad en el mito que en los honorables volúmenes donde se recoge el objetivo estudio del pasado. Así las cosas, nada redime a los cándidos de este mundo como tomar la alternativa narradora. Palabra de Casavella.
¿Qué hay, ahora bien, más allá? ¿Qué nos ofrecen estos vampiros nuevos si las constantes en que muerden son viejas y son las de siempre? Ante todo, 560 páginas primorosas, deliciosas, divertidas algunas y líricas otras, morales cuando no estéticas o instructivas en su descripción de usos, enumeración de anécdotas y regurgitación de latinajos. No es poco y aún hay más. Porque la radiografía de esa época, quien quiera entender que entienda, hermana al cardenal vaticano con el banquero postfranquista, al cantante de corte ilustrada con el modernillo de banda de la Movida. Y, de últimas, certifica ante nosotros la leyenda de un autor que comenzó haciendo de Barcelona su mundo y anda ya modelando el Mundo como si del salón de su casa barcelonesa se tratara. En verdad magistral…
(Esta reseña ha aparecido en el número de marzo de Qué Leer)