Nada debe desinflar más que escribir la novela de tu vida. O será que, a fin de escapar a su pegajosa complejidad, quizá a la caza de cierta perspectiva y novedad, el autor recula paso tras paso, se aleja de sí mismo al punto de acabar pareciendo otro. Así las cosas, en lo que a Lethem respecta, La fortaleza de la soledad era Nueva York donde Todavía no me quieres es Los Ángeles. El territorio mítico de la infancia da paso a la parsimoniosa cotidianeidad de una “madurez” de aquí y ahora. El guiño de la novela de género palidece frente al lánguido suspirar de la fábula pseudo-romántica. Las bandas primordiales del hip hop pierden protagonismo ante un grupito indie del montón... No hay que ser una lumbrera para intuir que, lo mismo que Michael Jordan cuando se dio al golf, el amigo pierde con el cambio. ¿Lethem menor, pues, o Lethem sencillamente fallido? De ambos hay algo. Ahí está la relación entre la bajista Lucinda y el creador de eslóganes Carl, que recorre caminos similares a los del amor adolescente de Paisaje con muchacha. Y los encuentros y desencuentros de la protagonista con su secuestrador de canguros no dejan de remitir al absurdo rosa de Cuando Alice se subió a la mesa. Pero el descenso a los infiernos del arte contemporáneo y la cultura cool, parámetros de los que Bret Easton Ellis extraería petróleo, tiende aquí a cojear, nos recuerda dolorosamente que Lethem es hombre de melancolía antes que de ironía y acidez. Aunque todavía lo queremos, claro.
(Esta reseña ha aparecido en el número de verano de Go Mag)
(Esta reseña ha aparecido en el número de verano de Go Mag)
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