Habrá quien ponga pegas a una familiaridad estrictamente musical, pero cuando menos los criterios geográfico y cronológico hacen buena la idea de generación a la hora de teorizar sobre esa horda de bandas que, nacidas entre 2004 y 2005, han vuelto a desnivelar la balanza del pop-rock mundial del lado de Gran Bretaña. Porque la prensa de las islas andaba hambrienta de productos locales y llevó a cabo una exhibición de pirotecnia periodística, porque varios de aquellos grupos se formaron antes en un aula universitaria que en la sala de dardos de un pub, la popularidad del fenómeno fue a menudo contrarrestada con una palabra que es tanto sinónimo de hinchazón injustificada como de proyecto precocinado y tirando a falso: hype. Estigma que ha generado un doble tipo de respuesta a la hora de afrontar el llamado disco de la confirmación. Si Franz Ferdinand optaron por dejarse de complejos, repitieron fórmula y acierto y se confirmaron como puntas de lanza de la nueva ola “angular”, otros grupos (The Futureheads, Bloc Party, Kaiser Chiefs, The Rakes…) parecen haber apostado por reducir revoluciones, desconfiar de los temas con vocación de himno (especialmente los dos últimos, cuyos debuts eran menos arty que cercanos a los postulados tabernarios de la clase obrera) y, en definitiva, presentar obras “sólidas”, no encomendadas al siempre sospechoso ámbito del single.
Lo mismo que hará un par de años, Maxïmo Park se revela en su segundo esfuerzo equidistante ya respecto al uno ya respecto a los otros. Lo cual poco tiene que ver con la idea de inmovilidad. Toda vez realizada la substitución de Paul Epworth por Gil ‘yo produje Doolittle y Bosanova, yo’ Norton, Our Earthly Pleasures recupera las mejores cualidades de A Certain Trigger, se reserva toda la sosería para su portada y se traduce en una docena de piezas del tipo naranja: muchos son los gajos que confluyen y ninguno es menos jugoso que el otro (por más que algunos deban ser largamente masticados). Paul Smith sigue a la suya, jurando que el disco es un cruce entre Smashing Pumpkins y The Smiths (tiene pinta de broma privada), revelando que su título hace referencia a “algunos de los deseos oscuros que uno se consiente”. Más lo segundo que lo primero: brillantes en sus teclados, letras y explosiones de energía, estos placeres terrenales ofrecen magníficos ejemplos de esa melancolía septentrional que es la gran aportación de los de Newcastle a su generación y, ojito, a la posteridad: By the monument, Books from boxes…
(Esta reseña ha aparecido en el número de abril de Go Mag)
Lo mismo que hará un par de años, Maxïmo Park se revela en su segundo esfuerzo equidistante ya respecto al uno ya respecto a los otros. Lo cual poco tiene que ver con la idea de inmovilidad. Toda vez realizada la substitución de Paul Epworth por Gil ‘yo produje Doolittle y Bosanova, yo’ Norton, Our Earthly Pleasures recupera las mejores cualidades de A Certain Trigger, se reserva toda la sosería para su portada y se traduce en una docena de piezas del tipo naranja: muchos son los gajos que confluyen y ninguno es menos jugoso que el otro (por más que algunos deban ser largamente masticados). Paul Smith sigue a la suya, jurando que el disco es un cruce entre Smashing Pumpkins y The Smiths (tiene pinta de broma privada), revelando que su título hace referencia a “algunos de los deseos oscuros que uno se consiente”. Más lo segundo que lo primero: brillantes en sus teclados, letras y explosiones de energía, estos placeres terrenales ofrecen magníficos ejemplos de esa melancolía septentrional que es la gran aportación de los de Newcastle a su generación y, ojito, a la posteridad: By the monument, Books from boxes…
(Esta reseña ha aparecido en el número de abril de Go Mag)
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