miércoles, mayo 02, 2007

Cuando el fútbol se tiñe de rojo...

Parecen una banda de niños de la guerra: Gerrard, Alonso, Agger, Carragher, Crouch, Kuyt… La frente, los pómulos y el mentón marcados para que la piel se estire como caucho curtido y disimule la no-carnosidad de sus mejillas; el vientre cóncavo y las rodillas huesudas; los ojos pequeños y azules de quien se ha criado viéndolas venir, recibiendo más de un cachete procedente del ángulo muerto. Frente a ellos, los brunos guerreros de la medular del Chelsea logran que por una vez África parezca sinónimo de salud y bienestar…

Las semifinales de esta edición de la Champions han mostrado hasta ahora filosofías defensivas tan espectaculares como diversas. Los milanistas optaron por la tradicional estrategia de la telaraña italiana, un diseño pegajoso, prácticamente invisible y casi siempre letal para el adversario: cuando éste quiere darse cuenta, no sólo se encuentra inmovilizado a treinta metros de la portería sino que el Gattuso de turno avanza hacia él chasqueando viciosamente las mandíbulas. Los mancunianos superaron el síndrome Kaká (capaz de provocar debilidad de vientre en la escuadra más pintada) merced a la heroica táctica de plantar a todo el equipo en terreno ajeno, asedio que permite conquistar algún que otro castillo pero que a la larga lleva a perder casi todas las guerras. Y el Chelsea fue una vez más una máquina millonaria y semi-perfecta: Matrix Mourinho dio cuerda a sus diez Terminators y un Señor Smith, ese Essien que aparecía en seis lugares diferentes del campo a menudo en el plazo de una misma jugada. ¿Cómo es posible, pues, que los zagales del Merseyside los dejaran en la cuneta?

Allí donde el Milan fue sistema, allí donde el Manchester fue actitud, allí donde el Chelsea fue laboratorio de última tecnología, el Liverpool optó por mostrarse fiel a su más íntima naturaleza. Y si algo caracteriza a los niños de la guerra es su similitud con las hienas… Lo dicta la ley de la calle lo mismo que la de la selva: te defiendes panza arriba, te alimentas a dentelladas, no dejas pasar una sola y, a la que las cosas se ponen feas, corres más rápido y más lejos que cualquiera de tus rivales… Cuando fue substituido por Bellamy en la segunda parte de la prórroga, Crouch sumaba doce kilómetros en sus piernas de delantero tentetieso. Cuando unos minutos más tarde Drogba fue a rematar un pase de la muerte para conseguir el típico (letal) tanto azul de última hora, Carragher se desencajó por enésima vez y logró interponer su acalambrado cuerpo entre el marfileño y la línea de gol. Y el que Gerrard acabara el partido (como tantos otros) es un misterio sólo explicable desde ópticas cristianas, por más que el sacrificio último no suela traducirse en una resurrección tan inmediata. Llegada la hora de los penaltis, Robben y Geremi se vieron frente a frente con un cancerbero cuyo pecho duplicaba el perímetro del de cualquier otro jugador rojo. Y la portería se les hizo pequeña, claro, muy pequeña…

Dirán que lo de anoche demuestra la grandeza del fútbol. Pero el fútbol no siempre se revela tan gloriosamente rojo como cuando se juega en los patios traseros de los barrios más gastados de una ciudad gris y portuaria. Antes una gesta local que un ejemplo de esplendor general, el triunfo del Liverpool debe achacarse también a Rafa Benítez: que piense encerrar a sus chavales en una jaula para que vayan haciendo hambre camino de la final del 23 de mayo ya no es de nuestra incumbencia…

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