Es A.M. Homes autora de puntuales pero certeros puñetazos, golpes dirigidos a la vacuidad del modo de vida americano lo mismo que al diafragma del lector. O al menos así venía siendo hasta la fecha, con ese cruce entre Lolita y El silencio de los corderos que era El fin de Alice y, muy especialmente, al son de su Música para corazones incendiados, que bien podría haber llevado por subtítulo Los Simpson en Columbine. Sucede, no obstante, que el gremio del martillazo literario pierde fuelle cuando de proponer alternativas se trata, inexistentes sus propuestas o ahogadas por un exceso de utopismo o ñoñería. E incluso de tal brete logra salir airosa la escritora en lo que podríamos catalogar como su novela optimista… Aún ácida cuando de retratar un cierto modus vivendi se trata, Homes abre las puertas de la redención a partir de una idea tan masticada (y sospechosa) como la del haz bien sin mirar a quién. Afortunadamente, los “quiénes” componen una galería con la profundidad marca de la casa, añaden lo entrañable a las carencias hasta ahora habituales y acaban con ello justificando el amor de su autora por la urbe que los modela, acoge y en ocasiones regurgita. Un Los Ángeles que, como dictan los cánones de la novela más o menos coral, se erige en personaje para sumar lirismo y extrañeza, para prestar a la obra el toque exacto de trascendencia. El puño lanzado por Homes acaba pues revelándose mano abierta. Por una vez abandonamos sus páginas no solo entretenidos, quizá también humanizados.
(Esta reseña apareció en el número de mayo de Qué Leer)
(Esta reseña apareció en el número de mayo de Qué Leer)
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