Así que Wilco han tenido gracia durante sólo dos discos… Así que, cuando no se ha registrado el menor desencuentro comercial con la discográfica o creativo entre los integrantes de la banda, a la que no han firmado temas juguetones con que alimentar las lánguidas sesiones DJ de los bares de moda, en cuanto se han quitado de distorsiones y ruiditos varios, Wilco han dejado de ser cool… Más aún: se han vuelto un auténtico muermo… ¿Y cómo demonios presume uno de modernillo alternativo si lo que escucha es pop-rock común y corriente, del que hacía Dylan en los sesenta y Lennon a finales de los setenta? ¡Precisamente ahora, que lo que está de moda es el post punk de los primeros ochenta! A que ya no les estamos…
Mucho se ha hablado, y mucho se ha exagerado también, acerca de la contribución de Jim O’Rourke de cara a que Yankee Hotel Foxtrot (2002) señalara un antes y un después en la carrera de Wilco, posiblemente la menos prometedora de las dos bandas surgidas de la escisión de Uncle Tupelo. Mientras Jay Farrar seguía modelando desde Son Volt los usos más puros del country alternativo, su secuaz Jeff Tweedy, que se había dado a la composición únicamente para rellenar espacio discográfico cuando Farrar se quedaba sin ideas, optó por un enfoque más pop, melódico y tradicional, a la hora de edificar su carrera en el lado equivocado del Paraíso. Al menos hasta que O’Rourke se descolgó de los cielos mezcladores para tocarlo con su flamígera varita experimental y…
Pero no. Tras el en efecto titubeante A.M. (1995), el doble e insólito Being There (1996) contenía ya la semilla de todo cuanto Wilco iba a ser durante la década siguiente, y lo hacía sin que O’Rourke fuera citado en el más discreto de sus créditos. Wilco se convirtió, desde ese preciso momento, en la dimensión musical de Tweedy. Porque el de la música es un mundo afín a las dualidades, el amigo toleró brevemente que Jay Bennett pusiera su granito de arena (Summerteeth, 1999). Pero Bennett se creyó McCartney y, tras expulsarlo durante una memorable migraña, Tweedy llevó a Wilco allí donde quería. Si se encontraba bien, te regalaba un vivaracho Heavy Metal Drummer. Si se encontraba mal, vomitaba siete minutos de ruido. Y, cuando le ha apetecido relajarse, dejar fluir toda una vida de influencias musicales, ha firmado doce temas de extrema sutileza, clásicos a la par que contemporáneos, no aptos para los amigos de la obviedad pero, en definitiva, dueños de una devastadora belleza.
(Esta reseña ha aparecido en el número de mayo de Go Mag)
Mucho se ha hablado, y mucho se ha exagerado también, acerca de la contribución de Jim O’Rourke de cara a que Yankee Hotel Foxtrot (2002) señalara un antes y un después en la carrera de Wilco, posiblemente la menos prometedora de las dos bandas surgidas de la escisión de Uncle Tupelo. Mientras Jay Farrar seguía modelando desde Son Volt los usos más puros del country alternativo, su secuaz Jeff Tweedy, que se había dado a la composición únicamente para rellenar espacio discográfico cuando Farrar se quedaba sin ideas, optó por un enfoque más pop, melódico y tradicional, a la hora de edificar su carrera en el lado equivocado del Paraíso. Al menos hasta que O’Rourke se descolgó de los cielos mezcladores para tocarlo con su flamígera varita experimental y…
Pero no. Tras el en efecto titubeante A.M. (1995), el doble e insólito Being There (1996) contenía ya la semilla de todo cuanto Wilco iba a ser durante la década siguiente, y lo hacía sin que O’Rourke fuera citado en el más discreto de sus créditos. Wilco se convirtió, desde ese preciso momento, en la dimensión musical de Tweedy. Porque el de la música es un mundo afín a las dualidades, el amigo toleró brevemente que Jay Bennett pusiera su granito de arena (Summerteeth, 1999). Pero Bennett se creyó McCartney y, tras expulsarlo durante una memorable migraña, Tweedy llevó a Wilco allí donde quería. Si se encontraba bien, te regalaba un vivaracho Heavy Metal Drummer. Si se encontraba mal, vomitaba siete minutos de ruido. Y, cuando le ha apetecido relajarse, dejar fluir toda una vida de influencias musicales, ha firmado doce temas de extrema sutileza, clásicos a la par que contemporáneos, no aptos para los amigos de la obviedad pero, en definitiva, dueños de una devastadora belleza.
(Esta reseña ha aparecido en el número de mayo de Go Mag)
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