No una sino tres eran a priori las fuentes de suspicacia:
1) Su carácter de película maldita, completada de casualidad se supone que entre no pocas concesiones.
2) Su exhibicionista voluntad de historia de amor más grande que el tiempo y el espacio.
3) Que la parte femenina de tal historia de amor fuera precisamente interpretada por Rachel Weisz, señora del realizador Darren Aronofsky.
A todo ello no ayuda demasiado que el film comience cual versión cutre-conquistadora de Indiana Jones y casi termine con uno de los planos más ridículos que este ladrador crepuscular haya visionado. Pero hay en él un elemento que logra darle no sólo cohesión y entidad, sino emoción y hasta se diría que verdad: Hugh Jackman. Pese al exceso de primeros planos y la no menor cantidad de muecas doloridas que el papel le exige, el actor-anteriormente-conocido-como-Lobezno evita el naufragio, conduce a aguas razonables una nave que quizá jamás debería haber abandonado puerto. ¿Réquiem por un sueño? Rozando el larguero. Pero cuidado, Darren, que tanto va el cántaro a la fuente ...
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