Franjas horizontales verdes y blancas: tales eran (son) los colores de guerra del Club Natació Montjuïch. Aún hoy experimento un asomo de anticipación al recordar aquella camiseta, pantalones, calcetines. Algún amigo de mi padre, sabiéndolo argentino con pocos años de estancia peninsular, había sugerido que se dedicara al fútbol. Pero muy pronto se demostró que no existía rastro alguno de la esencia sudamericana tras su toque y, dado su físico fornido, decidieron reconducir su carrera deportiva hacia el rugby. Así que mi padre comenzó a lucir aquella zamarra blanquiverde. Por entonces, el rugby me resultaba bastante aburrido. Recuerdo los entrenamientos nocturnos a los que a veces acudía, también los partidos, más por los espectaculares bocadillos de jamón serrano y pan con tomate que manufacturaban en el bar del club que por cualquier otro motivo. Pero algo de instinto deportivo se iba colando en mi ser, y a veces me sorprendí fabulando heroicos encuentros de los que surgía victorioso y, quizá, con un par de costillas rotas (mi padre regresó en un par de ocasiones en este último estado, no siempre acompañado del anterior).
Tiempo después, a una escala humilde pero ciertamente gozosa, he podido satisfacer aquellas fantasías infantiles. Practico el fútbol con pasión británica, sentido táctico germano, ocasionales destellos de fantasía argentina y resultados eminentemente hispanos (aunque alguna copa exhiben mis vitrinas). El recuerdo de dos o tres tantos decisivos o especialmente estéticos me hincha las entrañas, y me siento con ello razonablemente satisfecho en este apartado. Pero mucho más placer me produce el saberme profesional (pues recibo contrapartidas económicas) en el deporte que años ha escogí como propio: la escritura.
Escribir es una disciplina que también exige de entrenamientos diarios pero que rara vez se presta al éxtasis comunitario. Nadie viene a abrazarte cuando has finalizado una gran página. Nadie te aplaude por una metáfora razonablemente bien hallada. Todo surge de la intimidad y a la intimidad regresa. Algún comentario puntual, si acaso, pero la consecución suele darse de forma privada, ajena a celebraciones espontáneas y populares (una prueba más de que los premios literarios suelen estar concedidos de antemano: aún no he visto a ningún escritor quitándose la americana y corriendo gesticulante hacia las mesas para abrazarse con su público). Ni rastro de comparación con el gol, vamos.
Pero he aquí que anteayer recibí una noticia que estoy viviendo con entrañable emoción. Los lectores de GO han escogido mi entrevista a Jeff Tweedy, líder de Wilco, como el mejor artículo aparecido a lo largo de 2004 en esa publicación. ¿Tiene algún criterio el lector de GO? ¿Buen gusto cuando menos? ¿A alguien le importa? Lo trascendental es que uno de mis textos ha permanecido en la memoria de un grupo de personas, y que ese grupo de personas (bajo el aliciente de ganar un reproductor de mp3) lo ha regurgitado en forma de votación para alborozo de un servidor.
Tiempo después, a una escala humilde pero ciertamente gozosa, he podido satisfacer aquellas fantasías infantiles. Practico el fútbol con pasión británica, sentido táctico germano, ocasionales destellos de fantasía argentina y resultados eminentemente hispanos (aunque alguna copa exhiben mis vitrinas). El recuerdo de dos o tres tantos decisivos o especialmente estéticos me hincha las entrañas, y me siento con ello razonablemente satisfecho en este apartado. Pero mucho más placer me produce el saberme profesional (pues recibo contrapartidas económicas) en el deporte que años ha escogí como propio: la escritura.
Escribir es una disciplina que también exige de entrenamientos diarios pero que rara vez se presta al éxtasis comunitario. Nadie viene a abrazarte cuando has finalizado una gran página. Nadie te aplaude por una metáfora razonablemente bien hallada. Todo surge de la intimidad y a la intimidad regresa. Algún comentario puntual, si acaso, pero la consecución suele darse de forma privada, ajena a celebraciones espontáneas y populares (una prueba más de que los premios literarios suelen estar concedidos de antemano: aún no he visto a ningún escritor quitándose la americana y corriendo gesticulante hacia las mesas para abrazarse con su público). Ni rastro de comparación con el gol, vamos.
Pero he aquí que anteayer recibí una noticia que estoy viviendo con entrañable emoción. Los lectores de GO han escogido mi entrevista a Jeff Tweedy, líder de Wilco, como el mejor artículo aparecido a lo largo de 2004 en esa publicación. ¿Tiene algún criterio el lector de GO? ¿Buen gusto cuando menos? ¿A alguien le importa? Lo trascendental es que uno de mis textos ha permanecido en la memoria de un grupo de personas, y que ese grupo de personas (bajo el aliciente de ganar un reproductor de mp3) lo ha regurgitado en forma de votación para alborozo de un servidor.
Es bueno sentirse ligeramente acompañado a la hora de escribir. No estamos hablando de Koeman después de Wembley, pero gracias de todos modos. Sólo cabe añadir, quizá, que en la ausencia de público directo uno intenta hacer las cosas bien para responder a las expectativas propias y a las confianzas ajenas. En este caso, las confianzas tienen nombre de mito erótico y de buen amigo. Respectivamente, Janina Canet y Manu González. Gracias gracias gracias por el pase de este tontorrón pero no por ello menos valioso gol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario